viernes, 9 de mayo de 2008

Efecto pan y manteca


Fermina se despertaba con efervescencia en la cabeza. Había soñado que las montañas rusas reemplazaban al transporte público. Otro sueño ordinario para una creadora de mundos como ella. El germen de una idea descabellada la acompañó hasta el desayuno. Hace meses que trataba de revivir su infancia. Se había indigestado con caricaturas obsoletas, había probado disfraces estrambóticos, hasta se había mareado con infinitas vueltas en calesita. Nada podía detonar ese rincón archivado del pasado. Pero esa idea indómita y punzante redimiría la inminente adultez. Sonrió en la soledad del comedor. Las estatuas antiguas de santos y vírgenes carcomidas eran sus espectadores en el coliseo de su interioridad. Un nuevo día corría para Fermina, oportunidad para una nueva aventura.
Pueyrredón arriba, en un departamentito minúsculo e infestado de olor a bife, Úrsula se calzaba sus chancletas. Ya tenía la agenda del día ensamblada en su esquemático intelecto y ni las cucarachas residentes podrían perturbar su quietud. Sus hebras crispadas confirmaban su temperamento eléctrico: energía y catástrofe en una fusión perfecta. Su charla matutina con Dios le confirmó lo temido: necesitaba vértigo en su rutina. Burlar la ley de gravedad, refutar a Stephen Hawkings, descubrir la Piedra Filosofal ¿Pero qué podría hacer temblar a la esquemática reina Úrsula? Una idea subversiva y peligrosa había volado desde Palermo y la esperaba agazapada en la pileta de la cocina. Mientras calentaba la pava para el mate, se introdujo por su cavernosa oreja. Úrsula no se hizo cargo de los delirios que le subsiguieron, temía estar poseída por un espíritu revoltoso.
En dos barrios disímiles de Buenos Aires dos antagonistas tuvieron la misma idea. Necesitaban esa fuerza dicotómica del universo: el efecto pan y manteca. Un ser que equilibre sus personalidades desiguales. Fermina contemplaba las nubes desde su jardín secreto custodiado por edificios. Úrsula observaba con extrañamiento las manchas de su mantel. Una figura se dibujó en sus vacíos. “¡Úrsula!”, vociferó Fermina. “¡Fermina!”, musitó Úrsula. “Mi amiga invisible”, rieron al unísono. Esa idea descabellada había equilibrado el cosmos. Por fin existía alguien tan sincrónicamente dispar con quien reírse hasta el dolor de panza. Ignoraban que la realidad estuviera tan cerca. Sólo a unas cuadras…