viernes, 29 de enero de 2010

Sensación Térmica 38.1ºC

Buenos Aires, 38.1ºC

Cuerpos dilatados en el vapor del subte
Pavimento empastado en las suelas
Miembros laxos de gitanos
que venden frutas en la vereda

La traspiración dibuja las remeras
Los aire acondicionados escupen sus sobras
Transeúntes que se esquivan repugnados
y marcan con sudor el caño de un colectivo

Sensación térmica 38.1ºC
Arde la hoguera invisible y nuestro mundo se seca
La sangre hirviendo inflama mis venas
Mi piel se chamusca, mi pelo es de paja
Los labios se quiebran, mis huesos enloquecen.

Necesito la sombra de tu espalda
Morder tu corazón tierno y fibroso
Drenar su sangre vigorosa
Y calmar mi sed por tu cuerpo

Bañarme en vos, en tus recovecos
Airearme en la brisa de tu aliento
Dormir una siesta en tu pecho
Y deambular entre tus espejismos

Sensación térmica 38.1ºC
En vos, son vacaciones

martes, 26 de enero de 2010

Te equivocaste de J

Un chino osó pararse en la segunda J de "Jujuy". Esa es mi J. Ahi se abre exactamente la puerta del subte. Si mañana lo vuelvo a encontrar en mi lugar estratégico, voy a tener que usar la fuerza. Espero que no sepa karate. Aunque los chinos no deben tener mucha energía, sólo se alimentan de arroz. Estos amarillos ya estan sobrepoblando el mundo.

martes, 19 de enero de 2010

Hambrienta de mar


Estoy hambrienta de mar
de su abrazo bragado y robusto
quiero quebrar su superficie mutante
y marearme en el zarandeo de sus olas

Estoy hambrienta de mar
del sentimiento de vigilancia perpetua
enemigos tiesos en su lobreguez
mi rostro oculto se subleva

Estoy hambrienta de mar
del delicioso rumor entre nosotros
adivinar tu contorno entre la espuma
volver a casa con la ropa en la mano

Estoy hambrienta de mar
en él me siento peregrina, exploradora
una niña maldita y bendecida
que vuelve a su hogar por instinto

Estoy hambrienta de mar
de celebrar su furiosa presencia
ojos que asoman entre humores verduzcos
cuerpo que ondea en una tumba silente

lunes, 18 de enero de 2010

La muerte del pavo real



Cuando lo volvió a ver, el pavo real ya estaba maltrecho, con sus plumas decoloradas e inertes. Recordó cómo su abuela, doña Rosario Iparraguirre, lo había traído del lejano Paraguay junto con un monito revoltoso que les robaba las tijeras en las tardes de bordado. Sí, allí pasaban el invierno, en un lujoso hotel de Villarrica, donde las bondades del clima amainaban el asma de sus tíos.

El fulgor de su estancia San Rafael, con sus amplias galerías y cortinas granate, se había desvanecido como una civilización gloriosa de la que sólo quedaban escombros. El pavo real desfilaba moribundo, persiguiendo a los fantasmas de las yeguas indómitas que solían habitarlo. Cerró desesperada los ojos y casi oyó la canción del viento entre los infinitos campos de trigo. Pero de la opulencia y el derroche de su casta no quedaba signo alguno. Ni siquiera el nombre de San Rafael, borrado en la piedra como un impronunciable tabú.

"La Sarunga", leyó compungida. Y se alejó cabizbaja hacia la tumultuosa Buenos Aires, exorcizando culpas y memorias punzantes. No volvió ni una vez la vista a su Entre Ríos natal. Tampoco al pavo real agonizante.