jueves, 16 de diciembre de 2010

Las palomas son ratas con alas...

Ayer saqué a ventilar unas zapatillas por la ventana de mi cuarto. Estaba sensible a todos los ruidos porque acababa de ver un programa de exorcismos. Vivir en el centro no ayuda en estos momentos de paranoia, asi que salté como una epiléptica durante toda la noche.
En eso, escucho un gruñido de alien. Sí, de alien pensé, sedada por el sueño. Pero resultó ser una paloma, escrutándome por la ventana. Me sentía el desdichado Poe. Traté de escuchar el mensaje del más allá. Pero nada. Siguió clavandome sus ojos negroides en mi entrecejo, hasta que hipnotizada volví a dormirme. Desperté a la mañana siguiente, sin recordar el siniestro suceso.
¡Llego tarde a trabajar! ¿Dónde dejé mis zapatillas? ¡Ah! ¡Si! ¡La ventana!¡¡¡ Maldita paloma!!!
La plumífera había hecho un nido en mis zapatillas. ¡Paloma ocupa!

Nota: las palomas son ratas con alas, pero nunca las subestimes.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Maia, la tormentosa

Mi abuela todavía piensa en australes. A los noventa años, apenas esboza sus modales de alcurnia. No tiene canas y es corpulenta como un marinero, pero de apariencia límpida y fulminante. Nunca le hizo caso a los médicos: no usa bastón y jamás aprendió a nadar para acomodar su columna. Cómo me hubiese impactado verla en el cenit de sus encantos. Pero sólo puedo reconstruir su figura gloriosa a partir de arrugas maquilladas y anécdotas delirantes.

martes, 30 de noviembre de 2010

Una indigente a otra: ¿Viste que el Príncipe William se casa en marzo?

jueves, 7 de octubre de 2010

The Land of the High Fire (parte 1)

Cristanía se desplomaba bajo la nieve. Entumecida en sus mejores andrajos, Hilda esperó tiesa la llegada del cochero. En su cabeza repasaba, a modo de conjuro, los pocos datos que le había dictado el ama de llaves. A family of old lineage. Six children. Their household in the Land of the High Fire.

El carruaje emergió de las callejuelas borrosas. Hilda subió sin hacer preguntas, enmudecida por la peculiar fisonomía achinada de su conductor. El frío densificó su sangre, forzándola a dormir sin tiempo ni espacio. Cristanía se hizo diminuta. También Inglaterra, Niederfield y su joven amo.
La vibración se detuvo. Aletargada, Hilda descendió del carruaje para verse encogida en la cavidad de un abismo. El esquivo conductor ya había cargado su baúl en un minúsculo bote y se disponía con impaciencia a abandonar el continente. Montañas estoicas, a la izquierda, a la derecha, al frente. Montañas o esfinges la custodiaban, la asfixiaban. Y el hombre ya no era chino, quizás aborigen de una raza olvidada.

La isla se reveló espesa y escarpada. El cochero la guió por el bosque hermético, por un camino sin marcar que parecía conocer de memoria. La nieve no penetraba las coníferas y la luz se rendía ante la supremacía del follaje. Cerca de la cima, el mar se calló abruptamente, amenazado por los pinos. Sólo hojas secas desgarrándose bajo sus botas, sólo humedad suspendiendo su lucidez. Ya era de noche, pero no lo notó.
El olor que exhalaban los troncos moribundos, cada vez más insufrible, le hizo saber que estaban cerca. La vio desde la curvatura de su ojo: un coloso de madera rojiza que se perdía entre las copas de los árboles. Maciza y dominante, parecía balancearse como un navío vikingo sumergido en el aire viciado. No adivinó su antigüedad ni sus escurridizas dimensiones. Tampoco si era una casa o catedral desplomada.

(...) Continuará

martes, 5 de octubre de 2010

De Buenos Aires con furia

Cuando está de buen humor, Buenos Aires te hace algún regalo. Ayer encontré una veintena de fotos regadas en la calle, cadaveres de una pelea pública de amantes. Eso supuse, porque nadie tira fotos ochentosas de un viaje a Egipto.
En esta ciudad-coliseo se montan escenas furiosas, donde parejas despechadas exhiben sus tripas a la multitud hambrinta. Es que los porteños buscamos sangre, buscamos tango, buscamos piquetes. Y cuando los encontramos, nos adherimos a ellos como hormigas carnívoras.
Allí estaban los restos de una relación, para que cualquier transeúnte se lleve un souvenir. En ellas, una amazona rubia posaba a lo lejos entre monumentos que la hacian parecer ínfima. En una foto aparecía él, pero sólo en una. ¿Qué hecho detonó la desecración pública de sus recuerdos?
Yo acepté el regalo de Buenos Aires y arranqué las fotos del pavimento. Tenía que atrapar los sentimientos que quedaban en ellas antes de que se escurrieran por completo. Esas noches de entrega, la llegada de los hijos, las primeras vacaciones. La ciudad me había elegido como su guardiana.
Pero tirar fotos al viento cuando termina un romance es típico de una mujer resentida. ¿Y quién no se recuerda maldiciendo con ímpetu los objetos de una relación? Pensandolo bien, estas fotos deben estar engualichadas. Mejor le devuelvo el regalo a Buenos Aires, a través del primer tacho naranja que encuentre.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Recolector de Paraguas de Buenos Aires

Odio a la gente que usa paraguas. Nos roban los techitos, nos lastiman los ojos y se creen los dueños de la vereda. El mundo se divide en dos: los previsores paragüeros y los incrédulos mojados. Es que cuando el señor regordete del tiempo dice que va a llover no le creo  mucho. Además, tengo que arrastrar el paraguas todo el día como si fuese una pata de palo y me lo termino olvidando en algún rincón escurridizo ¡Cuántos olvidadizos en esta ciudad deben dejar huérfanos a sus paraguas! Ahí hay un buen negocio: ser el recolector de paraguas olvidados de Buenos Aires.
Hoy, el Recolector de Paraguas de Buenos Aires debe haber juntado cientos de paraguas: 200 olvidados en paragüeros de lugares públicos, 50 en taxis, 100 en los trabajos, 20 en bibliotecas, 80 en restaurantes. Al caer el sol los lleva al Viejo Hospital de los Paraguas para que los examinen, cosan sus heridas, enderecen sus patas maltrechas. El cirujano plástico los pinta de colores vibrantes y hasta les imprime figuras nuevas, estampas, patrones. Les hace un cambio de look a medida de sus futuros portadores y casi siempre lloran de felicidad al ver su nueva fisonomía frente al espejo. Los que no sobreviven son llevados al Cementerio de Paraguas, donde les dan una sepultura digna y un epitafio personalizado: "Aqui yace el paraguas rojo de Marielita, el más osado y pasional entre sus pares".
Con una buena noche de descanso, el Recolector de Paraguas los vuelve a cargar prolijamente en su carrito negro. Recorre una a una las calles porteñas, depositandolos en las puertas de los que los necesitan. Casi siempre son incrédulos mojados como yo, que nunca tuvieron uno o que siempre se compraron los de $20, con menos vida que las mariposas. Al abrir su puerta, el portador se encuentra con su nuevo paraguas recostado en la alfombrita de entrada, casi como Cleopatra cuando sorprendió a César. Se abrazan, lloran juntos y planean un futuro al resguardo de las tormentas y los vendavales. En ese instante, Buenos Aires estalla en bocinazos eufóricos y engorda sus nubes para el paseo inaugural bajo la lluvia.

martes, 24 de agosto de 2010

La vida privada del Lobo Feroz y Caperucita: Cuando me diafracé de tu abuela...

Lobo Feroz: Cuando me diafracé de tu abuela pensaba que tenía que ser diferente para enamorarte...
Caperucita: Pero yo vi lo peludo en vos y eso me derritió
Lobo Feroz: Y yo que pensaba que ibas a elegir al leñador...
Caperucita: Pero no me gustan los hombres inflados
Lobo Feroz: Tendría que haber seguido mi instinto y haberte comido a besos.
Caperucita: ¡Obvio! yo estaba esperando por un hombre de verdad, un hombre primitivo e indómito...
Lobo Feroz: Recién ahora me doy cuenta que alcanzaba con ser yo mismo...

La vida privada del Lobo Feroz y Caperucita: Todos piensan que soy malo...

gracias Kioskerman por la inspiración


Lobo Feroz: Todos piensan que soy malo...
Caperucita: Menos yo, yo te amo
Lobo Feroz: Pero yo quiero ver el mundo, subirme a un subte...qué se yo....tener amigos en Facebook
Caperucita: Es que cuando te reís se te ven los colmillos...tendrías que tratar de salir con la boca cerrada en las fotos...o usa más hilo dental
Lobo Feroz:.....
Caperucita: Además, cuando hay luna llena te descontrolás...¡no te puedo llevar a ningún lado!
Lobo Feroz: Pero mi costado salvaje es lo que más te gusta de mí
Caperucita: (risas) Sí...¡Mi bestia peluda!

No quiero si no es con vos

gracias Kioskerman

No quiero escapar si no escapás conmigo
No quiero abrigarme si no puedo abrigarte
No quiero beber si no mezclamos el agua
No quiero soñar si cada vez que sueño te pierdo

lunes, 23 de agosto de 2010

La rebelión imperceptible

Hoy, Gramma Porn Star estaba vestida de Cleopatra. Tenía un semblante invernal y su pregón no adornaba la esquina de Tucumán y Florida. Era un personaje siniestro y nauseabundo, sacado de una película de Tarantino. Quizas hoy decidió no trabajar. Quizás sea medio racista y no le guste interpretar a Clopatra.
¡Que viva la rebelión imperceptible Gramma Porn Star!

jueves, 12 de agosto de 2010

The weight of water

Separar de la vida...
de misterios apetecibles
y bruma salina
de graves ojos gitanos
y de la sagrada carne palpitante
de bailarines de miembros laxos
incorruptos, pero no por mucho.

jueves, 5 de agosto de 2010

Gramma Porn Star

En pleno Florida, hay una vieja disfrazada de diablita. Me preguntaba si lo hacía por hobby, para sentirse deseada como en su juventud, en la que seguramente era de las que usaban pantalón antes de que las damas usaran pantalón.
 Un mediodía, la curiosidad me propulsó a agarrar uno de sus volantes: "Sex Shop Tentaciones, todo para tus ratoneos". Bueno, no le alcanzará la jubilación. Quizás hasta tiene que mantener a un hijo grandulón y desempleado. O su marido la dejó después de años de casados y ahora ella debe rebuscárselas como puede, vendiendo frascos de mermelada casera y volanteando indecentemente.
Con el tiempo logré encariñarme con lo que era más allá de su disfraz cocoliche: una efectiva acción de marketing.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Pyropos

Al articular un piropo, se escupen versos humeantes. Debe ser porque en su misma etimología arde la voz helénica "pyrós" o fuego, casi que al pronunciarla nuestros cuerpos chisporrotean en llamas ("piras") o se rinden a un frenesí explosivo ("pirotecnia"). Pyropo, somos dragones exhalando llamaradas. Pyropo, nos entregamos a la combustión espontánea.
Entonces, es justo decir que los argentinos somos todos "pirómanos".

martes, 3 de agosto de 2010

Mar del Plata, La Feliz y La Melancólica


Mar del Plata es límpida y fresca. En las noches de verano se puede sentir un dejo de sal en la boca y al pasar se captura el olor a asado que escupen los jardines vecinos. El mar es calmo y pardo, y digiere caracoles sin forma y basura de turistas por igual. Cuando el sol está en lo más alto, sus colores azules y verdes danzan en rituales antiguos sobre el agua y el viento acaricia los rostros acartonados de los pescadores. En sus días más calurosos, Mar del Plata es arena caliente que lascera los pies, quemaduras que tatúan la piel, helados derretidos en la cara de los niños, pregones de barquilleros y cocacoleros, aviones que arrastran mensajes por las nubes, viejitas jugando a la canasta, amigos tomando mate con bizcochos, aplausos por un niño perdido, vedettes en los teatros de revista. Mar del Plata cambia su personalidad en verano, pero en febrero los tolditos y las sombrillas desaparecen y la desnudan hasta la próxima temporada.


En invierno el mar es fiero y temperamental. Cuando se avecina una tormenta, el hedor a pescado atolondra todos los sentidos. El viento es inclemente y caprichoso, y penetra por los chifletes de las ventanas, musicalizando las noches más frías. Las casonas hibernan con sus postigos cerrados, los cafecitos están vacíos y los niños andan en bicicleta todos emponchados. Los árboles están deprimidos, los perros tiemblan en las calles y los surfistas se bañan estoicos en el agua. El aire gris y húmedo crispa los cabellos de los marplatenses y endurece la piel que el verano había suavizado. Todos buscan calor en un mate con amigos, en un bar sobrepoblado o en un autito con la calefacción al máximo.

Todo el año la costa está decorada por cientos de deportistas vestidos de gris, azul o blanco. Corren, patinan, bicicletean. Algunos van con amigos o con personal trainers y otros con perros. A su lado circula un flujo interminable de autos domingueros, habitados por familias enteras. A veces llevan a la abuela a dar su paseo semanal, otras van tomando mate y escuchando música. Muchos paran en la rotonda a comer pochoclos o un cuarto de helado y a ponerse al día con los chimentos. Cada diez metros se encuentran novios enredados, que contemplan el mar entre besos y promesas de amor eterno. Y cada cien, pescadores amateurs, que nunca atrapan nada decente.

Mar del Plata, La Feliz y La Melancólica.

Martina, la de Starbucks


Tarde en Starbucks

Su nombre está escrito en su taza de café: Martina. Parece una abogada o una contadora, no sé...es de esa clase de mujeres ejecutivas que no pueden aceptar que el amor las desequilibre. Martina, la dama del traje negro y el corazón roto.
- Tenés que darte cuenta cuando no va más- le dice su amigo mientras toma un latte venti. Tiene pinta de consejero, de ese hombre al que todas recurrimos para contarle intimidades, pero nunca para vivirlas.
Él luce desalineado, pero ella se sienta impecable al borde del sillón. Parece de la realeza, un personaje de esas fotos viejas de nuestros abuelos. Su cara está petrificada, sus facciones contienen como una represa un caudal incontrolable de lágrimas.
- Decile "bueno, listo, entonces no va más"- sentencia él, con la facilidad de quién no ha estado nunca en una situación similar.
Ella calla, impotente y compungida. Le cuesta creer cómo en su trabajo es una heroína invencible y en el amor, una damisela en apuros.

lunes, 2 de agosto de 2010

Elogio a la masculinidad

Amo al hombre sereno
al hombre ondulante
de superficie calma
de superficie calma que se crispa
como el mar
como el mar que llevo adentro

Amo al hombre despejado
al hombre límpido
de colores diáfanos
de colores diáfanos que serpentean
como el mar
como el mar que llevo adentro

Amo al hombre relente
al hombre oscuro
de profundidad umbrosa
de profundidad umbrosa que aterra
como el mar
como el mar que llevo adentro

Amo al hombre huracanado
al hombre desgarrador
que es viento
que es viento en mis oídos
como el mar
como el mar que llevo adentro

Amo al hombre entero
a su masculinidad acérrima
Amo su cuerpo fragoso
a su andar primitivo
Amo su fuerza que sana
y que lo destruye todo
como el mar
como el mar que lleva adentro

martes, 29 de junio de 2010

Un viejo fue al supermercado en pantuflas

Un viejo fue al supermercado en pantuflas ¿Se habrá olvidado de que las tenía puestas?
De chica, esa era mi pesadilla recurrente. Llegaba al jardín de infantes y me miraba los pies y ¡zaz! no me había puesto las zapatillas, sino que tenía mis pantuflitas de Mickey.
Supongo que en la niñez y en la vejez terminamos usando lo mismo: babero, pañales y pantuflas. ¡Que vivan entoces las pantuflas de Mickey y las de las patas de la Bestia!

lunes, 7 de junio de 2010

La vuelta de Odiseo

A mi bisabuelo Alejandro y a la mujer que siempre lo esperó


Ana María Unanue casi se queda ciega de tanto llorar. Por amor, claro, ¿por qué más?
Se había casado embelesada con Alejandro Grieco, un uruguayo diez años menor que ella. Galante, apolíneo, despreocupado. Su risa espantaba a las palomas y escandalizaba a las viejas. Manejaba con brío descarado en un traje de lino blanco que lo hacía parecerse a Gardel.
Ella, quebradiza y complaciente, aceptó su propuesta casi sin respirar. Él obtendría su vastas tierras patricias. Ella se calcinaría en el fuego lento de la divinidad por unos breves e intensos años.
Pero las criaturas espirituosas no conocen patrón. Como una ninfa del bosque, o mejor dicho un sátiro, Alejandro no tardó en seguir el llamado del bosque. Para cada amante, una casa nueva. Joyas. Autos. Caballos. Y ella despertando sola cada mañana, deshaciendo los puntos que había tejido la noche anterior. Debía esperalo. Debía volver a ella.
Hasta que llegó la mañana en la que los Unanue se quedaron sin nada. Sin sus siete casas en Buenos Aires. Sin sus campos que unían pueblos entrerrianos. Sin nada. Alejandro debía irse también, arrastrado por las aguas del Paraná. Lo vieron dejar el pueblo con las sobras de la fortuna de su mujer y una rubia oxigenada a su lado.
Pero en menos de un año, Ana María y Alejandro estaban viviendo con sus hijos en un departamentito en Capital. Claro, en habitaciones separadas. Ella lo soportó todo porque era una santa, una santa. Y él siguió viendo a la rubia hasta su muerte, pero tuvo la dignidad de escondersela a todos. Por fin, Odiseo estaba en casa, aunque su mente surcara océanos icógnitos.

jueves, 3 de junio de 2010

Esta puta herida. Esta herida de mierda.

A mi bisabuelo y a su tigre


La sangre enloqueció al tigre. Su lengua raspaba la herida en la mano de su amo, succionando el elixir tibio y salitroso, hasta que la bestia entumecida se sacudió de su modorra. El animal salvaje de los montes comandaba ahora cada músculo, cada colmillo, cada gruñido. El frenesí se hizo incontrolable, quería poseerlo todo: la herida, la mano, su amo entero.
Alejandro Grieco tomó su revolver del escritorio y le apuntó al entrecejo de la fiera. Vió sus ojos desorbitados y enrojecidos. Sintió como su garra lasceraba la carne de su mano izquierda para inmovilizarlo.
El revolver temblaba. Matar al cachorro. Morir por la bestia. Matar. Morir. Matar. El disparo reventó la cabeza del tigre. Su cuerpo afiebrado se desplomó sobre los pies de su amo.
Alejandro abrazó a la cría mustia. Maldijo en criollo el momento en el que la navaja de afeitar cortara su mano. Esta puta herida. Esta herida de mierda.

martes, 1 de junio de 2010

What’s under my bed? A corpse, teacher

No sé por qué me acuerdo de esta consigna de Language. En ese entonces respondí que había una puerta a Nunca Jamás o al Mundo de Oz. Pero ahora sólo me viene a la cabeza la leyenda urbana de la novia muerta.

-What’s under my bed?
The corpse of my ex boyfriend, teacher

Fama instantánea. Los noticieron me hubiesen bautizado Miss Emily Grierson y Soriano hubiese escrito la historia de mi demencia. Casi puedo leerla:

"Bajo su cama, un cadáver yerto y ceremonioso. Torso rígido e imponente, vestido con la meticulosidad del amante que quiere atarse al objeto de su adoración por la eternidad. Mirada infinita, rostro acartonado, manos suplicantes. Quizas siga atrapado allí adentro, en la tumba de su cuerpo".

 Mis papás no trabajarían nunca más. Hubiesen hecho de mi casa un museo del horror, con reliquias mías y souvenirs de cadáveres en miniatura. Mis hermanos estarían subastando mis objetos personales por Internet y tendrían su propio blog, 'Vivir con una asesina'.

Yo sería declarada incapaz por demencia y tras unos años en el loquero, tendría mi propio reality.

Si, ser malvada me seduce. Que se cuiden todos mis exs.

jueves, 27 de mayo de 2010

El robot que maneja el subte

Había un robot manejando el subte. Al menos eso deduje por la voz metálica y entrecortada que escupieron los parlantes. Vi ese no rostro, como una tostadora aplastada, jalando de las palancas con torpe sincronía.¿Trabajaría horas extras? ¿Se aprovecharía Metrovias porque no tenía corazón? No era un robot como Terminator, más bien como el Hombre de Hojalata del Mago de Oz. Sí, manejaría con vértigo perentorio por las oscuridades porteñas en busca de su corazón, su crujiente corazón.
O podría ser un alien de Mars Attack y el vagón su nave madre. Quizás Stephen Hawkins estaba al volante, cumpliendo su sueño de niño de ser el Amo de los Subterráneos. Seguro era una grabación y el subte estaba en piloto automático. Todos los empleados se habrían bajado y la máquina se dirigiría hacía un paredón, con furioso frenesí, para consumar un genocidio de porteños estresados.

martes, 25 de mayo de 2010

Strangers in the night?

El vértigo de no saber nada de vos
La adrenalina insensata
Que me hace besarte
Como si conociera tus mañas

Fuimos amantes en otra vida
Este mareo ya lo conozco
Me anticipo a tus maniobras
Y hago de nuestra pasión, coreografía

lunes, 17 de mayo de 2010

Matar al Tigre

_ Van a matarlo en la próxima posta, General_ balbuceó el puestero de Ojo de Agua.


Facundo infló su pecho y le ordenó al conductor no desviar su camino. Los latigazos hacían latir las lomadas de tierra y detrás de una de ellas, treinta hombres esperaban apostados al Riojano.

La nube de polvo se hacía cada vez más perceptible, hasta revelar una galera estrepitosa. Al verla, a Santos Pérez se le secó la garganta, pero sin vacilar dio la orden de ataque. Facundo sintió el golpeteo de los caballos junto a su ventana. Oyó los sables desnudos atravesar las carnes de sus yeguas y lacerar el cuello de su postillón. Entonces, las venas del General se hincharon, su corazón presionó su uniforme y sus pupilas se enrojecieron. El Tigre se apoderó de su cuerpo una última vez.

_ ¡Apunte al pecho que aquí tiene un valiente!_ tronó El Tigre de los Llanos, abriendo su casaca. Y con el universo concentrado en sus ojos, fulminó a su atacante con la mirada.

Días después, Santos Pérez despertó rodeado de fusiles. Con la vista en sus ejecutores, desabotonó sereno su camisa. “Es un honor compartir el destino del Tigre”, pensó. Y sonrió estoico.

lunes, 10 de mayo de 2010

Perro de vieja


- Me va morder.Me va morder.Me va morder.

El bulto peludo me estudia con una mueca asesina. Ojos desorbitados. Colmillos inferiores asomados. Tan feo e insignificante...y calza justo para una patada.

¿Por qué todos los Perros de Vieja son iguales? Feludos aberrates y malhumorados que vagan por las veredas gruñiendo a transeúntes.
Cuando se cae el primer diente de la vejez, ¿el Ratón Perez te trae un Perro de Vieja?
¿El Perro de Vieja vive más años que su dueña? ¿Será su heredero legítimo?

Ahí estaba el maldito. Quasimodo en perro. Sus ojos dementes acechando. Paso su lado y se lanza hacia mí con violencia. Lo miro desde arriba. Podría aplastarlo como a un pitufo. Pero tuerce su cabecita y me enternece.
Pobrecito, no tiene la culpa de ser tan feo. Tanto tiempo con una anciana adicta a crónica y a los bifes con arroz te debe dejar así de turuleco. Me convenciste, feucho. La próxima voy a mirar con más clemencia a tus colegas.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Sor-be-te

Hace instantes alguien pronunció la palabra 'sorbete' en mi oído. Hay pocas palabras que me incitan a la violencia. Hay pocas palabras a las que considero una cachetada de guante en mi rostro. ¿Querés guerra? entonces pronunciá esa palabra inmunda en cámara lenta y con pausas entre sílabas: 'sorrr-be-tee'. Desagradable. Me revuelve las tripas.
Todo ser humano se ve en esta disyuntiva a diario:
- Tomá tu vuelto, aca está tu Coca- nos dice el quiosquero con desgano
- (qué digo qué digo sorbete o pajita sorbete o pajita) ¿ Me das un sorbete?- susurramos con elegancia prófuga
Muérdanse la lengua antes de volver a articular ese insulto disfrazado. Sean valerosos y usen 'pajita', más allá de sus connotaciones secundarias. Los hispanohablantes se lo vamos a agradecer. Y sino que los torture Cervantes en sus sueños.

jueves, 29 de abril de 2010

Savia

Savia refulgente y viscosa
Savia impetuosa y gentil
La savia baja
con su paso ceremonioso
por el tronco tullido.

Sangre traslúcida,
Tormento que se densifica,
La savia cae y se arrepiente
por el tronco atrofiado,
por la víctima tiesa.

La savia acaricia.

martes, 27 de abril de 2010

Suerte negra

La Negra dice (10 AM):

"no sabés lo q me acaba de pasar
mirá q manera de arrancar el día
tengo una reunión ahora a las 11. 30
me sonó el celular y cuando lo agarré tiré la taza
te imaginarás a dónde fue a parar el té no?"

La Negra es una persona con mala suerte insólita, esa que acosa a Mr Bean y al Sr Hipo, y no deja atrás al Coyote y a Silvestre. Es verdad, la ciudad te ataca cuando bajás la guardia. Ayer encarnó su odio en una paloma..."por favor, ¡que haya sido un aire acondicionado!", pensé iracunda. Siempre pasa cuando estás apurado. Y siempre le pasa a torpes como a La Negra y a mí. Sí,por suerte a La Negra también la había bombardeado una paloma, con el agravante tragicómico de que no pudo limpiarse en todo el día. Es verdad, hay gente que tiene un campo magnético que atrae calamidades, sino ¿cómo puedo explicar que haya atacado un murciélago, un chimpancé y un perro libidinoso a la misma persona? Negra, en la otra vida debíste haber sido embalsamadora de animales. De eso sí sé: el Universo siempre se venga.

lunes, 26 de abril de 2010

Retírese que me compromete

"Las petisas me miran raro", afirmó mi abuela con la elegancia hollywoodense que la caraterizó toda la vida. Y dentro de su lógica de Greta Garbo tenía sentido. Su porte amazónico la expuso a los rumores del pueblo desde la pubertad. Prieta, enigmática y volcánica, había pocos hombres con el temple necesario para hablarle. Uno casi lo logra a la salida del colegio, pero ella lo fulminó con indiferencia. Me la imagino mirándolo desde arriba, con el rostro inconmovible, casi una górgona transfigurada: "Retírese que me compromete", le articuló al pobre. Y allí, al costado de la escalinata quedó el primer garabato de héroe convertido en piedra. No sería el último, todavía escucho a mi abuela escupir esa línea, ya pulida con maestría inclemente. Cuando sucede, yo observo catatónica cómo se despliega la furia de Eva en sus facciones tiesas. Sí, cierro los ojos y estoy en el cine, mirando una película de posguerra. O mejor, estoy en los cincuentas, entre divas y compadritos.

lunes, 12 de abril de 2010

El cadaver del Super Vea

Todos los mediodías veo un cadaver sentado en un banquito a la entrada del Super Vea de mi trabajo. Es una cincuentona de piel chamuscada y crines subersivas, con el contorno de los huesos impreso en todo su cuerpo. Me pregunto si es un espectro errante, que se deleita asustando a los compradores que salen con las manos pobladas de bolsas. A diferencia de todos los fantasmas que conozco, desde el de la Ópera hasta Casper, este sale a plena luz del día, sediento de absober todo rayo de sol posible.
Es un dejo de mujer hermosa, que sin quererlo, es también una estatua viviente. O una estatua agonizante. No sé cual de las dos. Quizás esté entre los dos mundos, como en el Grito de Munch, vociferando: ¡carpe diem, tempus fugit! O por ahí espera a su amante, que la dejó plantada en aquel banquito donde solían besarse. Mientras tanto toma sol hasta evaporarse.
¡Super Vea Woman!¡Super Vea Woman!¡Super Vea Woman! ¿Se me aprecerá como Candyman? Mejor no lo intento, sería más horrorosa que el negro fornido,casi como la mujer putrefacta de El Resplandor.
Todos lo indicios me llevan a la única conclusión posible . La mujer calcinada es una acción de marketing no tradicional, destinada a concientizar a los peatones sobre las efectos del sol. El slogan: "Hay amores que matan".

miércoles, 7 de abril de 2010

Bus Geishas


Me las encuentro al subir al colectivo. Mujeres producidas en actitud camuflada de conquista. Con su cuerpo orientado a 45º, se sientan en el primer lugar con vista al pasillo...o con vista al conductor! Desde allí, con mímica dosificada de diva, escupen un sinfín de anécdotas de barrio e historias triviales, que siempre tienen por protagonistas a terceros. Sus movimientos ensayados confirman su objetivo: seducir al conductor. Son las sirenas motorizadas, son las bus-geishas!
Me las imagino esperando en la parada del colectivo, con el maquillaje aún fresco y el perfume concentrado alborotando su escote. Menos cuarto su galán pasaría a recogerlas para la más original de las citas: un romántico paseo por la ciudad, con decenas de testigos para envidiarlos.
Menos cuarto. Debe ser ese. Las puertas se abren con violencia sugerente. Su hombre erguido sostiene con brío el volante. Ella es la única que pasa sin cargo. Ella es la única a la que saluda. Él esquiva el tráfico con maestría aterrante. En el pavimento él es el soberano y los demás obedecen. Él gobierna un puñado de vidas, nadie baja sin que él lo autorice y desde su asiento todo lo ve. Tanto poder la hace sentir mínima, una protagonista de novela vespertina. Ella es la señora del colectivero. Ella es la Reina.
Cómo me gustaría que me guste un colectivero. Ser su amante secreta en la multitud de cuerpos compactados. Pasaría horas susurrándole al oído, descargando mi tenaz verborragia. Él bebería dócil mis palabras, concentrado en la noble labor de llevar a los viajeros a destino. Yo me lo imaginaría como un caballero en su corcel, sorteando las aventuras del camino. Sí, me sentiría como su doncella etérea que cabalga abrazada a su salvador. Qué ganas de sentirme así. Digitar estas palabras hace crecer mi envidia. Quiero ser una Bus Geisha junto a su gallardo colectivero. Quizás mañana me ponga un escote y espere en la parada a mi rescatador afortunado.

martes, 30 de marzo de 2010

Invier-NO!!

No hay nada más deprimente que la lluvia. Claro que todo depende dónde y cuándo caiga. Todos odiamos un fin de semana encapotado, un temporal que nos espanta de la playa, a las mañanas de invierno con llovizna gélida y a los casamientos pasados por agua. Pero si llueve cuando estamos emponchados en la cama o si es una lluvia aterciopelada de verano, nos deshacemos de placer.
Si el viento polar e inclemente acompaña a la lluvia, nos puebla de cicatrices el rostro. Los árboles tiemblan en cueros y el mar se azota colérico contra las rocas. Todo es claustro y asfixia, oscuridad y conjura. Corrección: No hay nada más deprimente que el invierno.
Los primeros romanos creían en sólo dos estaciones: hiemsver. La primera hacía referencia al 'tiempo de invernar', mientras que la última estaba compuesta de nuestras rutinarias primavera, verano y otoño. Dos momentos del año que indicaban dos estados de ánimo diferentes en los dioses: En hiems, Ceres, 'la portadora de las estaciones', lloraba la ausencia de su hija Prosperina, mientras que en ver la volvía a recibir a su lado. Baco, el dios del vino y la vegetación, cuyo talento era encabezar fiestas desenfrenadas, moría cada invierno para renacer en primavera. Si los dioses estaban deprimidos, ¡qué dejaban para los hombres!
Creo que por eso Geoffrey Chaucer defendía con maestría la primavera:
"Las suaves lluvias de abril han penetrado hasta lo más profundo de la sequía de marzo y empapado todos los vasos con la humedad suficiente para engendrar la flor; el delicado aliento de Céfiro ha avivado en los bosques y campos los tiernos retoños y el joven sol ha recorrido la mitad de su camino en el signo de Aries..."(Cuentos de Canterbury)
Es que la primavera es eso: promesa de verano. Nuestras venas estallan festivas, la brisa cálida se pega a nuestro cuerpo, el sol se alza vanidoso y triunfal. ¡Cómo no amar esta estación, si también es sinónimo de vacaciones! Y mejor aún, ¡es mi cumpleaños!
Por eso T.S. Elliot es mi enemigo jurado. ¿Qué clase de persona odia a la primavera? Esa mirada lascerante y descarada esconde demasiado. No puedo delinear los versos de "La tierra baldía" sin extrañamiento:
"Abril, el más cruel entre los meses,
Hace que nazcan lilas en la tierra muerta,
Mezcla recuerdos y deseos, sacude
Raíces perezosas con lluvias vernales.
El invierno nos puso los abrigos, cubriendo
La tierra de olvidada nieve, alimentando
Una mezquina vida con inertes tubérculos."
Quizas estos versos entreveren algo de sabiduría: el invierno nos anima a acurrucarnos, a pegar nuestros cuerpos, a aglutinarnos con nuestros seres queridos. Es tiempo de reflexión, de desbocar nuestra memoria, de suspender nuestro desenfreno y la voracidad de los sentidos. Un punto para T.S. Elliot.
Pero se necesita mucho más para convencerme. Para despojarme de las noches con vapores de jazmín y cerveza. Del cosquilleo vivificante de las olas, de la succión hirviente de la arena, de las frutas fibrosas y los helados adictivos.
El verano está en mí y yo en él. Soy alegre, despreocupada y danzarina. Perezco con rapidez ante lo efímero y no hay ser que me complete como el mar bravo y curativo.¿A qué clase de criaturas les estimula el invierno?  Me los imagino huráneos y esquivos, Jane Eyres y Darcys. No hay caso, pertenezco al verano. ¡Soy del equipo de Baco! ¿Eso me hace una Bacante?

lunes, 22 de marzo de 2010

Que no cunda el pánico

Cuentan que cuando nació Pan, el dios griego de los pastores, su madre se horrorizó con su apariencia: rostro barbudo, ojos pícaros, cuernos y miembros inferiores de macho cabrío. Obviamente, su padre Hermes se sintió orgulloso de tan varonil porte.
Todo ruido desconocido en los campos y bosques se le atribuía a esta divinidad silvestre. Los campesinos temblaban al imaginar a semejante personaje vociferando en las oscuridades. Debe de ser por esto que surgió la expresión deima 'panikón' o 'miedo causado por Pan', que se abrevió en la palabra griega 'panikós' y que, tras pasar por el latín 'panicus', formó el castellano 'pánico', con significado similar: 'miedo intenso por algo de origen desconocido'.
Por ello, cada vez que nos invada el miedo, situémonos en esta colorida escena: noche prieta, vegetación sedienta y espesa, sonidos lascerantes y el rostro, ese rostro belludo y subyugante, acechándonos desde la maleza.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Espantahombres

Para vos, Luli, mujer de fuego...

De chica jugaba a Xena, la princesa guerrera. Me lo tuvieran que haber prohibido, castigado cada vez que me ataba mi capa de sábana. Jugar con las Barbies me hubiese salvado de tan funesto destino. Ahora los hombre huyen de mí. Soy una Espantahombres.
Todas las noches, mi mamá se sentaba al borde de mi cama a contarnos historias. Los personajes tempranos eran más que nada animales, como la mariposa Margarita que se arreglaba para ir al baile. Al aproximarse nuestra pubertad, las narraciones de mi mamá se poblaron de personajes pertenecientes a otro imaginario: a un pasado dualista de Mujeres de la 'Casa' y de la 'Calle'. Las primeras, Susanitas al extremo, habían nacido para casarse. Peor aún, habían recibido entrenamiento toda su vida para ello: corte y confección, etiqueta y cocina eran algunas de las materias que cursaban en el colegio. Eran frágiles y de belleza impecable. Nunca hablaban demás, o mejor aún, ¡nunca hablaban! ¿Qué pensarían los hombres si opinaban de política o filosofía? Serían tildadas de 'cabezas locas' y expulsadas del casto harén de esposas en potencia.
Las Mujeres de la Calle eran seductoras de oficio. Su impronta eran las curvas peligrosas y una actitud desafiante de domadora de leones. Estaba permitido tenerlas en cantidad, aún cuando el varón estuviera de novio o casado. Claro, a las 'chicas bien' no se las molestaba, se las colocaba en un altar, incorruptas. Un verdadero macho se 'descargarba' con estas mujeres pulposas y despreocupadas. Las Mujeres de la Casa lo sabían, pero callaban en los claustros de sus cocinas. Ya su denominación condenaba a estas especies enemigas: la casa era sinónimo de encierro y represión, mientras la calle lo era de la libre moralidad y el desapego. Sólo el hombre podía pasearse con inmunidad por ambos planos sin ser víctima de la Sociedad. Eso sí, bajo el precio de una vida dividida.
Desempolvo una revista sesentosa y ahi las veo, compartiendo una misma página: una publicidad de heladeras con un ama de casa sonriente y unas fotos de Brigitte Bardot. Sin quererlo pienso en la película "La sonrisa de la Mona Lisa". Julia Roberts encarnaba a una profesora de arte inteligentísima, divertida, atractiva, pero soltera. "Debe de haber algo malo con ella, ningún hombre la quiso", comentaban sus alumnas bífidas. "Ningún hombre se animó", hubiese contestado yo de haber estado en esa charla de habitación. y sí, Julia Roberts era un desafío, un acertijo demasiado complejo para la época.
Creo que por la misma razón las Amazonas vivian en una aldea alejada. Eran guerreras implacables que sometían a los hombres por una noche para procrear más mujeres. De haber vivido en el medio de las polis, los hombres huirían despavoridos. Para eso estaban las intocables vírgenes Vestales, servidoras de la diosa del hogar, confinadas a en el templo para mantener el fuego sagrado siempre ardiendo. A ellas se las podía ver, pero no tocar. A las Amazonas tocar, pero no ver.
Ahora entiendo por qué en la saga de los Nibelungos Sigfrido desposó a Krimilda y no a Brunilda, la reina guerrera. Muchos principes llegaban a su corte, con la intensión de pedir su mano, pero ella los sometía a tres pruebas de fuerza. El que la venciera, podría casarse con ella, pero ninguno igualaba su maestría bélica. Ninguno menos Sigfrido. Fue amor instantáneo, pasional, verdadero. Sigfrido encontró en ella su par y prometió acudir a su corte para unirse en matrimonio. Más adelante, la saga cuenta que la princesa Krimilda le dió al héroe una poción para que se olvide de la reina guerrera. Y fincionó, porque Sigfrido volvió a la corte de Brunilda, pero no para buscarla a ella, sino para pedir su mano en nombre de otro rey. Sí, él ya estaba casado. Pociones. Pociones. O excusas baratas para no disminuir la gloria de un héroe. Digamos la verdad, Sigfrido se asustó. Brunilda era inmanejable, pero Krimilda era mansa y complaciente.
El hombre de hoy, sin saberlo, heredó la moralidad de sus padres. Las Mujeres de Casa no le alcanzan, se aburre con facilidad en su companía y considera que les falta vida, un sacudón, un baldazo de agua, despeinarlas un poco. Las Mujeres de la Calle le dan adrenalina, aventura, pero siguen siendo descartables. ¿Pero que pasa cuando aparece una mujer moderna que combina ambas?
Buenos Aires pulula de ellas, mujeres exitosas, atractivas, con las ideas bien puestas. No son ni Amazonas ni Vestales, sino híbridas, una especie mejorada ¿cómo enfrentarse a ellas? ¿cómo conquistarlas? No existe gen que prepare al hombre para esta tarea, hay que incursionar en nuevas técnicas, desarrollar un nuevo marco teórico, acuñar nuevas denominaciones. El temor a lo desconocido sigue siendo un sentimiento universal, y por ello si hay algo que estas mujeres comparten con las bellas guerreras griegas es que ellas también asustan a los hombres. Son una presa engañosa, camaleónica que puede lucir cualidades de ambos estereotipos con gracia y destreza. Pero ante la incertidumbre, el depredador recula, va a lo seguro. Siempre hay presas dóciles esperando a ser cazadas, como lo fue siempre desde antaño. Gacelas, zebras, conejos. Hace tiempo que tienen un lugar fijo en la cadena alimenticia, a diferencia de la inetiquetada mujer moderna ¿es presa o depredadora? ¿o ambas? Pasarán décadas hasta que lo averigüen y será como el descubrimiento del fuego o de la rueda: revolucionará todos los paradigmas. Mientras tanto estas mujeres siguen solas, erguidas en el medio de mundo, espantando hombres. Son las temibles Espantahombres.

martes, 9 de marzo de 2010

Langostas

A mi bisabuelo y a los siete años de plaga que soportó

Alejandro Grieco cayó de bruces sobre la tierra pelada. Lo que la noche anterior había sido verde refulgente, hoy era pasto quemado, exánime. Pensar que no las escuchó. Pensar que había invertido gran parte de su hacienda en esa alfalfa efímera ¿Todo había sido un espejismo de abundancia? ¿O era esta una visión infermal, apocalíptica? El campo es traidor. El campo es malagradecido.
Alejandro Grieco frenó las lágrimas en su rostro lozano. Malditas. Impías. Górgonas diminutas y voraces ¿Cómo cortarles la cabeza? ¿Cómo desbaratar sus cuerpos escurridizos?
Alejandro Grieco se irguió estoico y desafiante. ¡Que vengan los siente años de plaga nomás! ¡que vengan!

lunes, 8 de marzo de 2010

De momias y doncellas

La Doncella, cabizbaja, esquiva desde hace 500 años la mirada escrutadora de los hombres. Su belleza es sólo para el Inca, que la recluyó en su reservorío de virgenes hermosas. No recuerda su niñez en una aldea remota del Incanato, ni el momento en el que los demás notaron su dotes. Frente a ella, dos caminos posibles se despliegan: el matrimonio con un cacique o el honor del sacrificio a Viracocha. Sólo el segundo la conservaría pura para siempre, a salvo de las caricias lascivas y de la esclavitud esponsal.
Cuzco es coruscante y temible desde su ventana. Los niños desfilan en la plaza, celebrando su matrimonio simbólico. Para los tres, una misma suerte en las cavidades de la montaña.
La procesión hasta el Llullaillaco dura varios días. El desierto es impío y cruel, pero un séquito de mujeres vestidas con túnicas de colores atiende sus caprichos más insólitos.
El frío le endurece la piel y colorea sus labios. Por fin puede sentir la tierra blanca y gélida que siempre admiró desde lejos. Un quechua nunca había subido tan alto. Un quechua nunca había estado tan cerca de Viracocha.
Los niños y ella comen maiz y beben abundante chicha, pero sólo ella sabe lo que sucederá al despertar Inti. Los pequeños duermen, atontados por el alcohol. Ella los mira, absorta, horrorizada pero feliz.
La luz ya baña sus cuerpos. Los llevan en procesión a lo más alto de la montaña, donde construyeron sus moradas perpetuas, dignas de la nobleza. Depositan primero varias muñecas, cuencos y collares, que engalanarán su ofrenda a los dioses. Apenas escucha al sacerdote murmurar una oración. En su cabeza se despide del viento, del sol, del verano. Trata de sonreir, pero no puede. Ya llega una eternidad silente, en compañía de los dioses. Ya llega...
Ahora, sólo tierra.

Helen of Nowhere

A mi bisabuela
Aquella noche brumosa de abril, Helen Fanner soñó con el cuerpo putrefacto de su padre. El Támesis engullía su silueta lívida y su rostro blanquecino de molusco se deformaba como el de un condenado errando en el río Estígia.


–Pappá está muerto– murmuró en el desayuno frente a sus siete hermanos menores de mirada perdida.

Frances Fanner derramó el café sobre el mantel apolillado. Su noche también había apestado a muerte. Ese día se atrincheraron en su residencia sobria y encogida para esperar la inexorable noticia. Llegó dos días más tarde, encarnada en un oficial velludo y parco.

Helen se dirigió con su figura magra y temblorosa a la morgue central. Allí lo vio, los pies sobresaliendo de la sábana. Con su palma sudada retiró el velo del rostro y suspendió su vista sobre él por varios minutos. El cuerpo de su padre parecía de cera. Las facciones estaban contorneadas por tonos verdes violáceos. La boca entreabierta, rebozada de una pasta negra. Sus cabellos y cejas habían mutado a un tono rojizo. El médico forense enumeró las causas de su muerte como a una lista de almacén: “Cinco puñaladas en el pecho, agua en los pulmones, muerte por ahogamiento”.

–Estamos arruinados- balbuceó Frances con la nariz pegada al cristal de la ventana– hija, ya hice las cuentas y no hay manera de que pueda mantenernos a los nueve…–Volvió la vista a Helen, eligiendo con destreza sus próximas palabras –Una joven soltera de clase media no puede perseguir otro futuro que el de una institutriz. – La cara de Helen se volvió de piedra y sus ojos estaban a punto de ser expulsados por sus párpados. Ante su enmudecimiento repentino, Frances prosiguió –Está decidido ferret, no hay nada más que hablar.

La Sra. Snow, una de las pomposas amistades de Frances, le informó que un riquísimo terrateniente argentino estaba buscando a una institutriz para sus tres hijos. Esa noche Frances y Helen asistieron impecables a una cena de gala en honor al distinguido visitante. Helen no pudo descifrar cuál de todos los presentes sería su futuro patrón. Lo imaginaba con el rostro trigueño y acartonado, afanoso por disimular su acento hispánico desprolijo y poseedor de unos modales presuntuosos.

– Quiero proponer un brindis por nuestro ilustre huésped argentino, Don Evaristo Unzué – vociferó el Sr. Snow tintineando su copa.

La marea de invitados se retiró para revelar una silueta coruscante. Se veía joven y vivaz e indomablemente afectuoso mientras saludaba a sus amigos. Pero nada en él era joven, aunque la luz del candelabro lo contorneaba con vigor haciéndolo copiosamente atractivo. Miró a Helen con brío e intensidad y se acercó con una reverencia. Su rostro era curtido y lozano, de facciones ibéricas cinceladas.

– La Sra. Snow me ha dicho todo de usted– susurró en un inglés acabado– si está de acuerdo partimos en tres días hacia La Argentina.

¿Pero qué era esa tierra remota con nombre mitológico? “Ar-gen-ti-na”, articularla era pronunciar un conjuro profano, con rastros de pólvora y especias. ¿Qué clase de bestias furiosas y nativos barbados la habitarían? ¿Qué costumbres arrebatadas tendrían sus colonos? Sin mayores dubitaciones, zarparon aquel domingo en el H.M.S Daffodil con destino a América del Sur y Londres se hizo pequeña, plomiza y marchita.

Rafaela, Ana María y Enrique tenían una energía que nunca había conocido en niños anglo sajones. Correteaban sin descanso por la cubierta, levantando las faldas de las damas y robando los bastones de caballeros. Por las tardes jugaban a lanzar objetos por la proa, desde libros de leyes de su padre hasta los guantes bordados de Helen. Ella los disciplinaba con la firmeza y severidad que le habían legado años de golpes con el puntero por parte de sus maestros.

El espíritu del navío se enardeció al amarrar en un puertito de Portugal, donde los cuatro pisos del crucero rebozaron de españoles gruñones e italianos latosos. Eugenio Mion y su amigo Antonio habían comprado los pasajes en cuarta clase con las liras justas en su bolsillo. Todo el pueblo de Vicenza había reunido con sacrificio aquél dinero para que unos pocos jóvenes escaparan de la hambruna y parálisis financiera hacia puertos más prometedores. “Ar-gen-ti-na”, Eugenio casi podía desmenuzarla con las yemas de los dedos en un manojo de imágenes. Imponentes ciudadelas de mármol, ferrocarriles feroces que atravesaban praderas infinitas, chimeneas que no cesaban de escupir el humo del progreso.

Vista desde abajo del muelle, Helen parecía un espejismo fatal. Y fue en lo primero en que Eugenio detuvo su mirada intensa y desvergonzada: una joven ligera y furiosa, zamarreando a unos niños explosivos. Sus hebras crispadas por el viento le daban la apariencia de una Gorgona inclemente. Sus facciones límpidas y sencillas se deformaban con cada palabra que detonaba. Para Eugenio era un espectáculo absurdamente exquisito.

–Había una vacante como mozo…te apunté–le comentó Antonio desde su camastro–acéptalo, no hay otra forma de acercarse a una dama de primera clase como esa.

Eugenio no se desanimó al ver a su mítica doncella entrar del brazo de un distinguido caballero. Relampagueó en el salón con su belleza apacible y desapercibida, casi invisible para quienes saludaban a su rígida escolta. No podían ser marido y mujer, ella no lo miraba nunca a los ojos. Y eso fue exactamente lo que hizo al servirle el vino, desbaratarla con una mirada huracanada.

Esa noche, un puñado de pasajeros de cuarta clase le ayudaron a escribir una carta en inglese a su dama misteriosa, pues esa era la lengua en la que creyó oírla hablar. Un parisino sugirió comenzarla con “Querida mía”, ya que todas las declaraciones de amor deberían empezar así. “Desconozco tu nombre, pero no olvido tu ojos”, agregó un gallego de voz ronca, rememorando a una moza de su adolescencia. Una andaluza insinuó que le faltaban unas líneas de sinceridad y aventura, y esbozó como un juramento mágico: “Amarte es un premio que voy a luchar por merecer”.

De lejos, Buenos Aires parecía un gigante sudoroso, acurrucado entre la maleza. Helen la admiraba aterrada, y con el pensamiento vaporoso escapaba de las tediosas conversaciones que afloraban en las cenas de la burguesía. Debajo de su plato sobresalía un papelito blanco. Al subir la vista, sus ojos chocaron con los de Eugenio, quien vigilaba a la distancia todos sus movimientos. Ella le sonrió con timidez y se retiró a su camarote con la excusa de un dolor de cabeza. Se prometió no leer jamás la nota, pues al día siguiente desembarcarían y no volverían a verse.

El casco de la estancia se alzaba lujurioso sobre las antiguas tierras Pampas. La flamante mata de pasto cubría sangre india reseca, que aturdía los sentidos con su hálito malsano. La inmensidad del campo atemorizaba a Helen, la casa le parecía demasiado grande y la compañía demasiado escasa. Por las noches cenaba a solas con Don Unzué, pero mantenía la vista fija en la arboleda de fundidos ramajes que se dibujaba detrás de los ventanales. Mientras la tomaba de la mano no pensaba en él, tampoco en su familia, sino en la vigorosa humedad del Támesis y en el impaciente contenido de la carta. Se sentía rehén de un Menelao criollo y lamentaba haber perdido la oportunidad de escapar con Paris.

Antes de caer el sol, Helen solía ver a un indio observarlos desde un médano lejano. Se erguía estoico en su cimarrón, aún bajo la lluvia. Sin quererlo, aquel nativo que le estacaba su mirada, le inspiraba respeto y una angustia desbordante. Entonces se estremecía recordando las historias de los malones que arrebataban a las blancas para convertirlas en esclavas. Pero ella jamás habló de sus visiones por temor de que lo mandaran fusilar.

Ese abril, Don Unzué amaneció con la garganta lacerada. Los sirvientes le afirmaron a la policía que no habían oído nada la noche anterior, pero Helen sabía que se trataba de ese indio Pampa. La expresión funesta de la víctima le recordó a la de su padre. Debía escapar de allí cuanto antes. Guardó sus pertenencias en su baúl y le rogó a los oficiales que la alcanzaran al pueblo más cercano. No sería ella la que les diría a los niños que su padre había sido asesinado. Allí gastó el poco dinero que tenía en un pasaje de tren a Buenos Aires. Por fin la pradera se desvanecía, el cielo eterno, el viento inclemente y su Menelao captor.

Al bajar del tren, Helen volvió a sentir el vértigo de una capital. Hombres monumentales y resueltos, el abrazo constante de las paredes, colores danzando sobre el gris, diareros cantando las noticias. En menos de una semana, ya había conseguido trabajo como maestra de literatura en un colegio inglés de Hurlingam. Hasta había alquilado un cuarto decente en una pensión aledaña a una iglesia anglicana.

Ese domingo celebró misa en su lengua y la ciudad se pareció aún más a su hogar. En el atrio de la iglesia, una multitud de señoras la aguardaban para hacerle infinidad de preguntas e invitarla al té de la tarde. Al quedarse sola, escrutó el cielo y sonrió sin quererlo. Al costado de las escaleras, un hombre de cabellera prieta canturreaba en italiano mientras cortaba el pasto. Helen apretó con ansiedad el sobre cerrado que llevaba a diario en su bolsillo. Debía de ser él. Debía de ser el muchacho del barco. Calma, tendría muchos domingos para averiguarlo. Después de todo, ahora era Helena de Buenos Aires.

martes, 16 de febrero de 2010

De dobles inesperados

Allí la vi, macilenta y sudorosa, esperando su tostado y su lágrima. Piel transparente que delataba unas venas violáceas dilatadas. Ropa negra envolviendo su cuerpo como una burka, como un ataud. Cabellera castaña y desobediente.
Pensé en Cortazar y sus dobles. Recordé una de sus anécdotas, en la que él creyó encontrarse en la playa con un niño idéntico a él cuando tenía 5 años. Me aterró pensar que las espaldas de esa mujer que esperaba en la cola del Mc Donalds pertenecían a mi doble versión 35 años.
Sí, yo era tan blanca como ella. Mismo color de pelo, diez kilos menos. Y lo peor, ella había ordenado mi pedido habitual: ¡tostado paupérrimo y lágrima aguada!
Si estaba toda vestida de negro, indicaba que había engordado recientemente y que se avergonzaba de su cuerpo. Espero que haya sido por algún embarazo y no por noches desesperadas de helado y chocolates. Por favor, que viva con diez hijos y no diez gatos. De darse vuelta me hubiese encontrado con el mismísimo rostro de Láquesis, la asignadora de destinos.
Nunca había podido palpar mi futuro con tanta corporeidad. Tan desagradable, tan flácido. ¿Sería una advertencia? ¿Un anuncio inexorable? ¿Sería que mi yo del futuro había viajado en el Delorian para alertarme?
Muchas preguntas para la mujer de negro. Por suerte ya había desaparecido entre las mesas. Por si acaso, nunca voy a ir a adivinarme la suerte.

Un rostro, todos los rostros

Devoro los escalones del museo con torpeza. La necesidad volcánica de verlo me tiene aletargada y me abro paso con violencia. Su fuerza gravitatoria me lleva hacia él, al encuentro que nos debemos hace rato. Esos son los ojos que me acosan. Ese es el rostro que es todos los rostros. Frente a frente somos iguales, Juanito Laguna y yo.

Antonio Berni no quería que lo olvide. Quizás deseaba que me asedie su fisonomía de cartón y tela, como a él lo perseguía el recuerdo lacerante de los niños santiagueños. Su pobreza es la de Juanito: descarnada, cotidiana y omitida. Su pobreza me interpela con una intensidad punzante que jamás me había permitido conocer. “Para esto existe el Arte – sentencio – para enrostrarnos la realidad que nos olvidamos de ver”.

El Arte individualiza a la pobreza. Como el mago taciturno de Las ruinas circulares, el Arte sueña a sus personajes con integridad minuciosa y los impone a la realidad. Les da facciones y nombres. Les concede historias y sueños. En las escalinatas de Odessa, en contraste con los soldados análogos del Zar, Serguéi Eisenstein inmortaliza a la anciana indignada, al mendigo sin piernas, al niño desvalido y a su madre desesperada. Sus expresiones agudas superan la función estética de la obra para calar en la memoria del espectador. Cómo olvidar al sagaz Lazarillo de Tormes robando migajas del pan consagrado. Cómo deshacernos de Charles Chaplin comiendo la suela de su zapato.

El Arte dignifica a la pobreza. Como en la Antigüedad, sus hacedores elevan la realidad y la convierten en una expresión divina. Nos acercan historias de superación personal acompañadas de valores intactos y una voluntad inoxidable. En el film The Pursuit of Happyness vemos a un Chris Gardner honesto y perseverante, que alcanza el trabajo anhelado luego de experimentar la miseria en primera persona. Charles Dickens retrata a Oliver Twist como un niño astuto y rebuscado, que vence los males sociales de la época y recupera su posición arrebatada. El Arte toma dos tragedias cotidianas y hace de sus protagonistas héroes dramáticos.

El Arte es la autopsia de la pobreza. La diseca hasta exponer su anatomía más escabrosa y fétida. No teme canalizar por su subjetividad la crudeza y desesperación que observa en los sectores menos favorecidos de la Sociedad. Así, vivifica imágenes que magullan nuestra conciencia. La tuberculosa Fantine de Les Miserables vendiendo su cabello y sus dientes para mantener a su hija. La Cerillera de Andersen encendiendo su último fósforo para luego morir de frio en la calle. El joven mendigo de Murillo, cabizbajo y exánime. Jamal, Salim y Latika de Slumdog Millonaire durmiendo en un basurero hediondo de Bombay.

El Arte le da visibilidad a la pobreza. Como vicario de la realidad, la exhibe en escenarios, papel, museos y pantallas. Con él, permitimos que la pobreza entre en nuestro propio living y fraternice con nuestro círculo íntimo. Allí, el vicario oficia el ritual iniciático: corta la venda de nuestros ojos y nos enfrenta a las más temibles quimeras. Hambre. Exclusión. Ignorancia. Discriminación. Delincuencia. Drogadicción. Promiscuidad. La extrambientación es irreversible. Ya no podemos ignorar a la anciana que duerme en nuestro palier, al niño que pide monedas en el semáforo, a la madre que ruega por alimentos en la puerta del supermercado. No podemos desconocerlos porque el Arte los ha nombrado en nosotros. Son Juanitos, Fantines, Olivers y Latikas. Sabemos de sus sufrimientos, carencias y marginalidad. El Arte no nos deja escapar: nos inquieta a comprometernos con ellos, a querer ser motores del cambio por una Sociedad más justa.




miércoles, 3 de febrero de 2010

Caronte reloaded

Sospecho de la Línea H. Es la única que despide chillidos fantasmagóricos mientras se sacude por los túneles. Si cerrás los ojos es lo más parecido que podés encontrar en Buenos Aires a navegar en la barca de Caronte. Me lo imagino al Barquero conduciendo vertiginosamente la locomotora del subte, erguido y silente, con una expresión recia y fatal.
Estoy segura de que el tramo en construcción entre estación Once y Corrientes es el nuevo trecho al submundo. Sólo pasa en el último viaje del día: si no te bajás al final del recorrido, Caronte te arrastra con él. Atraviesa la pared con vehemencia hasta la estación terminal:  Inframundo. Una voz gangosa anuncia "Estación terminal, no hay combinaciones, todos los condenados deben descender del vehículo".
Empezás a notar que estás transpirando más de lo normal. Las puertas se azotan con violencia y bajan los pasajeros con gesto resignado.Te asombrás de lo parecido que es a la entrada de Disney. Ves cuerpos lánguidos haciendo fila para sacarse fotos con los muñecos disfrazados de Hitler y Nerón. La Reina de Corazones corta cabezas en un podio y luego las autografía. Vlad Dracul tiene un show de luz y sonido. Jack el Destripador hace globos con forma de animales con unas vísceras.
Bueno después de todo no está tan mal. Pensaste que iba a ser de fuego y azufre. Esto tiene bastante onda. Eso sí, no te olvidás de darle su propina al Barquero, no vaya a ser que te devuelva a Buenos Aires.

viernes, 29 de enero de 2010

Sensación Térmica 38.1ºC

Buenos Aires, 38.1ºC

Cuerpos dilatados en el vapor del subte
Pavimento empastado en las suelas
Miembros laxos de gitanos
que venden frutas en la vereda

La traspiración dibuja las remeras
Los aire acondicionados escupen sus sobras
Transeúntes que se esquivan repugnados
y marcan con sudor el caño de un colectivo

Sensación térmica 38.1ºC
Arde la hoguera invisible y nuestro mundo se seca
La sangre hirviendo inflama mis venas
Mi piel se chamusca, mi pelo es de paja
Los labios se quiebran, mis huesos enloquecen.

Necesito la sombra de tu espalda
Morder tu corazón tierno y fibroso
Drenar su sangre vigorosa
Y calmar mi sed por tu cuerpo

Bañarme en vos, en tus recovecos
Airearme en la brisa de tu aliento
Dormir una siesta en tu pecho
Y deambular entre tus espejismos

Sensación térmica 38.1ºC
En vos, son vacaciones

martes, 26 de enero de 2010

Te equivocaste de J

Un chino osó pararse en la segunda J de "Jujuy". Esa es mi J. Ahi se abre exactamente la puerta del subte. Si mañana lo vuelvo a encontrar en mi lugar estratégico, voy a tener que usar la fuerza. Espero que no sepa karate. Aunque los chinos no deben tener mucha energía, sólo se alimentan de arroz. Estos amarillos ya estan sobrepoblando el mundo.

martes, 19 de enero de 2010

Hambrienta de mar


Estoy hambrienta de mar
de su abrazo bragado y robusto
quiero quebrar su superficie mutante
y marearme en el zarandeo de sus olas

Estoy hambrienta de mar
del sentimiento de vigilancia perpetua
enemigos tiesos en su lobreguez
mi rostro oculto se subleva

Estoy hambrienta de mar
del delicioso rumor entre nosotros
adivinar tu contorno entre la espuma
volver a casa con la ropa en la mano

Estoy hambrienta de mar
en él me siento peregrina, exploradora
una niña maldita y bendecida
que vuelve a su hogar por instinto

Estoy hambrienta de mar
de celebrar su furiosa presencia
ojos que asoman entre humores verduzcos
cuerpo que ondea en una tumba silente

lunes, 18 de enero de 2010

La muerte del pavo real



Cuando lo volvió a ver, el pavo real ya estaba maltrecho, con sus plumas decoloradas e inertes. Recordó cómo su abuela, doña Rosario Iparraguirre, lo había traído del lejano Paraguay junto con un monito revoltoso que les robaba las tijeras en las tardes de bordado. Sí, allí pasaban el invierno, en un lujoso hotel de Villarrica, donde las bondades del clima amainaban el asma de sus tíos.

El fulgor de su estancia San Rafael, con sus amplias galerías y cortinas granate, se había desvanecido como una civilización gloriosa de la que sólo quedaban escombros. El pavo real desfilaba moribundo, persiguiendo a los fantasmas de las yeguas indómitas que solían habitarlo. Cerró desesperada los ojos y casi oyó la canción del viento entre los infinitos campos de trigo. Pero de la opulencia y el derroche de su casta no quedaba signo alguno. Ni siquiera el nombre de San Rafael, borrado en la piedra como un impronunciable tabú.

"La Sarunga", leyó compungida. Y se alejó cabizbaja hacia la tumultuosa Buenos Aires, exorcizando culpas y memorias punzantes. No volvió ni una vez la vista a su Entre Ríos natal. Tampoco al pavo real agonizante.