lunes, 26 de enero de 2009

Sequía


Sequía.
Aliento profano y palabras filosas.
Vómito de cenizas y reproches.
Langostas que engullen las sábanas.

Sequía.
Arde la hoguera invisible y nuestro mundo se seca.
Los labios se quiebran, mis huesos enloquecen.
Tu cuerpo es polvo negro en mis manos.

Sequía.
Entre nosotros, un vacío pétreo.
Soy un pellejo reseco.
Y vos, espejismo lejano.

jueves, 22 de enero de 2009

El descuido

Ponete una bolsa en la cabeza ,
Cubri todas tus hendiduras,
No despiertes la voracidad del cazador.

Ya es tarde, escondete.

Tus pies,
Vibrantes y macizos.
Tus pies,
tan tuyos, te delatan.

Los ojos humeantes de la fiera se clavan en ellos,
No va a parar hasta arrancártelos.

Tus pies,
No provoques a tu depredador.
Tus pies,
Los tenías.

El descuido, nunca más.

lunes, 19 de enero de 2009

Buenos Aires presenta

Mi balcón en la céntrica Buenos Aires es mejor que un palco en el Teatro Colón. Cientos de actores constantemente en escena, utilería para los minuciosos, orquesta en vivo y un argumento improvisado e irrepetible.
Incontables ventanitas aprisionan seres fantásticos que se evaporan al pisar la vereda. Por unos segundos comparten unos movimientos conmigo, me hacen un obsequio transversal de su vida: una mueca de ira, pasos despreocupados, una fracción de su rostro. Si tengo suerte atestiguo una pelea de amantes. Las turbulentas son las más preciadas y exóticas en el mercado: sólo los actores más diestros derraman lágrimas, vociferan y se dejan lastimar por objetos voladores. Qué dichosa soy en esos momentos.
Cuando el hábito te convierte en un observador calificado, llega el tiempo del bautismo. Como Adán nombrando a la Creación, los múltiples personajes desfilan para recibir un apodo digno.
Los chinos del edificio de al lado. Su departamento poblado de cuchetas parece un container lleno de inmigrantes ilegales. El balcón es un exhibidor permanente de chucherías y plantas muertas.
La damisela del cabello pajoso. Se asoma pensativa por la octava ventana de la derecha. Su balcón está demasiado alto para cualquier príncipe.
La populosa familia de enfrente. Una parentela de cuatro generaciones en comunión con un home theatre. Cuando se encuentra de buen humor el televisor exhibe un partido de fútbol en vivo. Cuando está azorado, los tortura con largas horas de Bailando por un Sueño.
Los ruidosos estudiantes extranjeros. Me turba cuando intentan modular canciones de Maná a las tres de la mañana. Supongo que nunca se adaptaron al cambio horario. Nunca llegué a ver sus caras. Me los imagino rubios, inexpresivos y llenos de acné.
Los mártires de los patios internos. “Basta de tirarme carozos”, pregona uno. Otro barre murciélagos muertos en sus calzoncillos mañaneros.
El nudista del edificio lejano. En su vanidad encubierta exhibe sus borrosos atributos para los curiosos. En las calles tumultuosas, sólo es un hombre más de traje.
La ciudad desde mi terraza es un escenario. Y allí están los porteños, como personajes imperfectos, posando para alimentar la inspiración del poeta y del desequilibrado. Yo soy uno más de ellos. Alguien me está observando en este momento.