domingo, 21 de agosto de 2011

The Dancing Plague

  
   Cuando en 1518 la frenética Frau Troffea se abalanzó a danzar en las calles de Estrasburgo, nunca imaginó que mataría a 400 personas. Sus brazos se sacudían compulsivos como las alas de un colibrí. Sus piernas parecían relámpagos azotando la tierra. Sus cabellos se elevaban con el viento como los de una gorgona. Pero lo más electrizante eran sus ojos, un huracán impío que devoraba a quien se dignara a mirarla.
   En una semana se sometieron 34 estrasburgueses. Ya no eran pueblerinos grises e inánimes, sino fervorosos bailarines. No importaron el opresivo calor o la hambruna punzante. Vivirían sus últimos días en éxtasis, con los pies lascerados, celebrando la poca vida que les quedaba. Al terminar ese mes ya eran cuatro centenas. Murieron uno a uno, agotados, con sus corazones mórbidos. Entre los destartalados cadáveres nunca encontraron el de Frau Troffea. Quizas la musa de la danza ya estaba en otro pueblo, torturando a nuevas víctimas.