domingo, 8 de febrero de 2009

Galán de teléfono fijo

Mensajes de texto. Palabras descarnadas, sin rostro. Ambigüedad y hasta cobardía. Una voz que no se hace cargo. Un rostro que no puede ser reconocido en las calles. ¡Con razón los hombres mandan tantos!
Durante nuestra adolescencia, el teléfono fijo nos malcrió, nos entrenó en coraje. '¿Hola, está Pepin?'...vallas que debíamos saltar: conseguir el número, valor para llamar, hablar con algún familiar, dirigirnos a una humillación certera. Eran más las ganas y mayor el entusiasmo. Pepín te tenía que gustar muuucho mucho mucho. Además requeríamos de una sesión pre llamado. Ronda de amigas, consejos, mates, películas románticas. Por supuesto que los comentarios eran siempre optimistas, dignos de chiquillas con cero experiencia y mucho amigovios encima.

¿Por qué nos movíamos en manadas? Llamar al chico que te gustaba era una cuestión de estado. Toda tu manada estaba pendiente de ese llamado: la hora, las líneas exactas, la excusa. Su manada se enteraba al segundo y delataba por su reacción el grado de gusto/disgusto del receptor.

Ahora cualquiera te manda un mensaje. Probablemente ni lo piensa. Es rápido, como tomar un tequila shot o ponernos una inyección, y con grado mínimo de compromiso. Es un juego de máscaras. Escondemos nuestro rostro temeroso. Con infinitas palabras en el menú elegimos quién queremos ser ese segundo. Nuestra expresión, nuestra mirada, nuestros gestos, todos refugiados detrás del teclado. No me comprometo. No sufro. No paso papelones.

Todos somos osados detrás de un mensaje. El problema es tener el temple para poder fundamentar esas palabras con nuestras acciones. Demostrar que somos seductores, que vamos a tomar la iniciativa, que tenemos el carácter para acercarnos.

Decimos que el hombre ya no sale a la conquista de la mujer. No soporta el rechazo, por eso no encara y manda fugaces mensajitos de texto. Los hombres de los teléfonos fijos eran los verdaderos galanes.

Con un SMS recibimos la información mínima de una persona. La voz revela edad, contextura, educación. Tenemos que reprogramarnos para poder descifrar al individuo detrás del mensaje. ¿Ortografía? Educación ¿Elección de palabras? Personalidad ¿Semántica? Edad mental, intensión ¿Frecuencia de SMSs? Desesperación.

La incógnita suprema es siempre cómo tomará el SMS el receptor. ¿Cómo hacer para que su interpretación no sea sesga? Ahi sí medimos velocidad de contestación, calidad y cantidad de palabras, ¿es un 'nos vemos' significando cita o un 'nos vemos, no nos vemos'? Pobre del que no se percate que le está mandando un mensaje a un psicólogo, o ¡peor aún! a un comunicador social. Nosotros sí que analizamos hasta las comas. Pero cuando tenemos a la persona en frente decodificamos cada gesto. ¡Escondanse! ¡Quédense con los mensajes!

Ahora sí, si su autoestima está intacta, no se priven de mandar un mensaje mútiple, más poderoso que una desnutrida oración: el cara a cara. Belleza, perfume, gracia, contacto físico accidental. Cada uno de nuestros sentidos almacena esa exquisita información. Sólo un galán del teléfono fijo sabe que vale la pena y no teme discar. Here's looking at you, kid.

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