miércoles, 2 de diciembre de 2009

Mi infancia en anécdotas

Escenas fugaces que no quiero que se me escapen:

Terremoto en el 1ero A

El piso de mi abuela temblaba de vez en cuando. Nunca dejaba de facinarme esa sutil sacudida del subte D, que me invitaba a imaginarme un mundo subterráneo, plagado de enanos y trolls. Pensaba en toda la gente que estaba pasando en ese instante bajo mis pies. Sí, el subte me fascinaba: la brisa caliente que exhalaba su entrada, el vaho de los cuerpos estresados, los rostros contracturados, los rostros anhelantes por la llegada al hogar. Andar en subte era casi tan divertido como caminar rápido por Santa Fe. Como interina, adoraba sumanrme a la corriente de personas apuradas, figuras inertes, sin alma, que transitaban la melancólica Buenos Aires. En mi Mardel eramos todos felices. No por nada le decían La Feliz.

Papá Noel y su distribuidora
Elegí una bicicleta de varoncito. La vi con mi papá en la bicicletería, con tonalidades verduscas y unas pequeñas estrellitas en el asiento. No conocía entonces el verde musgo, el verde militar, el verde botella. Era sencillamente una bicicleta verde. Tardé en entender cómo había hecho Papá Noel para llevarla a mi arbolito. Empecé a pensar que quizás con tantos niños en el mundo, el barbudo se había convertido en un distribuidor de juguetes. Esa noche creí verlo. Estaba segura, una luz fugaz en el jardín con forma de trineo. Hasta el día de hoy me la acuerdo como si hubiese sido real. Parece que esa bici había hecho de Noel mi héroe.

Mi abuelo mágico

Para mí, mi abuelo era lo más cercano a un arlequín. Siempre entraba con un chocolate posado sobre su cabeza, esperando a que reaccionemos desesperados. A veces hasta se ponía un sombrero ridículo y hacía como si nada. Sabía muchos trucos de magia con cartas y adoraba cantarnos canciones de antaño, inclusive algunos tangos. En ellos se traslucía su figura esbelta y gallarda, bailando agraciada en las fiestas del pueblo. Es una maña que nunca lo abandonó, inclusive carcomido por el alzeheimer, al escuchar unas notas en el piano se lanzaba al salón del geriátrico a orquestrar unos pasos. Los viejos putrefactos lo aplaudían como a Astaire.

Las artimanias de la Rata Pérez

Cuando estaban mis abuelos en casa, el Ratón Pérez era millonario. Desde la cama vecina, veía cómo mi hermanita encontraba sumas generosas en un sobre cada vez que expulsaba un diente de leche. Su timing era perfecto. Pensar que la primera vez la Rata Pérez me trajo un jabón y una gorra de baño. Otra vez se me cayó un diente mientras estaba con anginas. Desperté la mañana siguiente y busqué con avidez debajo de mi almohada. Nada. Nada entre las sábanas. "Buscá en la almohada del medio", dijo mamá. Allí estaba una maso de cartas de Sara Kay. ¿Cómo había hecho el Ratón para meterlo ahí? Era un comportamiento inusual de Pérez. Busqué durante días su cuevita en la pared para agradecerle tan acertado regalo. ¡Rata escurridiza!

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajaaj ya de chica eras rebuscada! genia total
Lucho