martes, 16 de octubre de 2007

¡Córtenle la cabeza!

El mal recuerdo es un vómito recurrente. Es un malestar visceral que nos arroja sentimientos sepultados. Es un volcán que erupciona después de siglos de inactividad. Ataca por antojo. Es impío y descarado. Se manifiesta como una marea de letargo y sumisión. Es para débiles. Para débiles que no evolucionan. Para débiles que no arriesgan a amputarse la memoria. Para débiles que prefieren vivir esperando la silla eléctrica, la cámara de gas, la horca. Huí de él, te va a matar cuando te encuentre.

El olvido es una empresa de valientes. Es para las pasiones que exprimen el aliento: no se puede vivir con ellas ni sin ellas. El recuerdo es esclavitud, golpea inesperadamente en el subte, en la ducha, durante cualquier canción o película. Independencia o muerte. Cuando el amante se arma de una voluntad inoxidable, entonces comienza el proceso de emancipación. El olvidante debe aprisionar el corazón en un corsé y empezar el entrenamiento. Primero, la depuración. Filtrar las angustias, excarcelar demonios. Después, la evasión. Sortear todo lo que evoque al pasado. Luego, la inmunidad. Mirar a los ojos al enemigo y resistir.


Si querés vengarte, olvidá. Las Erinias del recuerdo atormentan a quienes cometieron el crimen de amar demasiado. Cazaron a Edmond Dantès, quien como el Conde de Montecristo aprendió que la venganza no lleva a la liberación del espíritu. Vengando se recuerda, por ello el olvido es la venganza más excelsa. El vengador se aferra a un motivo que va pudriendo su carácter y lo convierte en su causa. El olvidante se absuelve de ese motivo redimiéndose a sí mismo. Borges decía: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”, sabia frase que suena como consejo de madre, al que nunca acatamos.


Si querés matar, olvidá. El olvido es la muerte infernal de la que desertaron todos los héroes. El osado Aquiles prefería una vida efímera antes que ser devorado por el paso del tiempo. La muerte y el olvido son eternos, inclasificables, desconocidos y por ello aterrorizantes. Lo olvidado pierde su nombre, su espacio y deja de existir. Se cuela por una hendija de la memoria, va a yacer a una fosa común junto con los cadáveres de otros olvidados. Abro mi pestilente fosa común y jamás reconozco rostros, las denominaciones se fugan en la oscuridad pastosa que me atonta. Compañeros de jardín de infantes. Primos terceros. Un yanqui que vino a cenar a casa hace diez años. Mi maestra de primer grado. Un personaje de dibujos animados. La familia de mi ex novio. Mi ex novio. Los maté a todos. Olvidar es asesinar con guante blanco.


Como dos enemigos que se definen mutuamente, olvido y recuerdo existen el uno en el otro. Olvido es el héroe que responde al amante oprimido. Acude en su ayuda para retar al vampiro que succiona la sangre de centenares de despechados. En una noche solitaria con una melodía romántica de fondo, se tropiezan cara a cara. Recuerdo tiene superpoderes y bombardea con imágenes de la primera cita. Olvido esquiva con un zapping en los canales de cable. Recuerdo se enardece y lanza fotografías de últimas vacaciones en Mar del Plata, pero Olvido marca con audacia el teléfono de un amigo. Recuerdo se resiste a ceder centímetros de corazón y se atrinchera en una película de amor que pasan por el cable. El sagaz Olvido apaga las canciones melancólicas y sintoniza un cuarteto motivador. Y ¡PUNCH! Olvido golpea con un llamado de un pretendiente ¡POW! Olvido estaca al vampiro con una invitación a salir. Recuerdo estalla en cenizas. De ellas no resurgirá el Ave Fénix del amor, son polvo estéril que se sacará a la mañana siguiente con la basura.


En el mismo acto de olvidar estamos recordando. El recuerdo encierra el qué del olvido. Es su razón de existir, su alter ego, su archienemigo. Fue creado a partir de la inoportuna costilla del otro. Pecaron juntos y se culparon mutuamente. Se convirtieron el los bastardos de Amor y acosaron a bardos y poetas. Hicieron sus cabriolas en el genio de Manrique y de Neruda. Pero se modernizaron y hoy son una pareja divorciada que no termina de discutir la división de bienes.


Hay que sacrificar a Recuerdo, tirarlo del monte Taigeto como a un niño deforme, recluirlo en el Tártaro como a un torpe titán. Le declaro la guerra, el Ragnarok, el Apocalipsis. Nuestra única salvación es olvidar y olvidar que hemos olvidado. Amnesia, amnesia de corazón. Despertar tras cien años de siesta y percatarse que hemos cambiado pero sin saber cómo. Porque el recuerdo es un vómito lacerante. Arroja la bilis que nos revuelve como un trofeo de su porfía. Convalecemos ante él, escribimos canciones. Lapidémoslo. Asfixiémoslo. Empalémoslo. Desangrémoslo. Decapitémoslo ¡Córtenle la cabeza! ¡Córtenle la cabeza! ¡Córtenle la cabeza! ¡Córten…le la.. cabe….me olvidé…¿qué estaba diciendo?

1 comentario:

Tonchi dijo...

"Nuestra única salvación es olvidar y olvidar que hemos olvidado"... Mery vas a tener que explicarme cómo se hace eso..
otra vez más, tus palabras me mordieron!

Negro