martes, 5 de octubre de 2010

De Buenos Aires con furia

Cuando está de buen humor, Buenos Aires te hace algún regalo. Ayer encontré una veintena de fotos regadas en la calle, cadaveres de una pelea pública de amantes. Eso supuse, porque nadie tira fotos ochentosas de un viaje a Egipto.
En esta ciudad-coliseo se montan escenas furiosas, donde parejas despechadas exhiben sus tripas a la multitud hambrinta. Es que los porteños buscamos sangre, buscamos tango, buscamos piquetes. Y cuando los encontramos, nos adherimos a ellos como hormigas carnívoras.
Allí estaban los restos de una relación, para que cualquier transeúnte se lleve un souvenir. En ellas, una amazona rubia posaba a lo lejos entre monumentos que la hacian parecer ínfima. En una foto aparecía él, pero sólo en una. ¿Qué hecho detonó la desecración pública de sus recuerdos?
Yo acepté el regalo de Buenos Aires y arranqué las fotos del pavimento. Tenía que atrapar los sentimientos que quedaban en ellas antes de que se escurrieran por completo. Esas noches de entrega, la llegada de los hijos, las primeras vacaciones. La ciudad me había elegido como su guardiana.
Pero tirar fotos al viento cuando termina un romance es típico de una mujer resentida. ¿Y quién no se recuerda maldiciendo con ímpetu los objetos de una relación? Pensandolo bien, estas fotos deben estar engualichadas. Mejor le devuelvo el regalo a Buenos Aires, a través del primer tacho naranja que encuentre.

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