jueves, 7 de octubre de 2010

The Land of the High Fire (parte 1)

Cristanía se desplomaba bajo la nieve. Entumecida en sus mejores andrajos, Hilda esperó tiesa la llegada del cochero. En su cabeza repasaba, a modo de conjuro, los pocos datos que le había dictado el ama de llaves. A family of old lineage. Six children. Their household in the Land of the High Fire.

El carruaje emergió de las callejuelas borrosas. Hilda subió sin hacer preguntas, enmudecida por la peculiar fisonomía achinada de su conductor. El frío densificó su sangre, forzándola a dormir sin tiempo ni espacio. Cristanía se hizo diminuta. También Inglaterra, Niederfield y su joven amo.
La vibración se detuvo. Aletargada, Hilda descendió del carruaje para verse encogida en la cavidad de un abismo. El esquivo conductor ya había cargado su baúl en un minúsculo bote y se disponía con impaciencia a abandonar el continente. Montañas estoicas, a la izquierda, a la derecha, al frente. Montañas o esfinges la custodiaban, la asfixiaban. Y el hombre ya no era chino, quizás aborigen de una raza olvidada.

La isla se reveló espesa y escarpada. El cochero la guió por el bosque hermético, por un camino sin marcar que parecía conocer de memoria. La nieve no penetraba las coníferas y la luz se rendía ante la supremacía del follaje. Cerca de la cima, el mar se calló abruptamente, amenazado por los pinos. Sólo hojas secas desgarrándose bajo sus botas, sólo humedad suspendiendo su lucidez. Ya era de noche, pero no lo notó.
El olor que exhalaban los troncos moribundos, cada vez más insufrible, le hizo saber que estaban cerca. La vio desde la curvatura de su ojo: un coloso de madera rojiza que se perdía entre las copas de los árboles. Maciza y dominante, parecía balancearse como un navío vikingo sumergido en el aire viciado. No adivinó su antigüedad ni sus escurridizas dimensiones. Tampoco si era una casa o catedral desplomada.

(...) Continuará

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