lunes, 13 de diciembre de 2010

Maia, la tormentosa

Mi abuela todavía piensa en australes. A los noventa años, apenas esboza sus modales de alcurnia. No tiene canas y es corpulenta como un marinero, pero de apariencia límpida y fulminante. Nunca le hizo caso a los médicos: no usa bastón y jamás aprendió a nadar para acomodar su columna. Cómo me hubiese impactado verla en el cenit de sus encantos. Pero sólo puedo reconstruir su figura gloriosa a partir de arrugas maquilladas y anécdotas delirantes.

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