martes, 16 de febrero de 2010

De dobles inesperados

Allí la vi, macilenta y sudorosa, esperando su tostado y su lágrima. Piel transparente que delataba unas venas violáceas dilatadas. Ropa negra envolviendo su cuerpo como una burka, como un ataud. Cabellera castaña y desobediente.
Pensé en Cortazar y sus dobles. Recordé una de sus anécdotas, en la que él creyó encontrarse en la playa con un niño idéntico a él cuando tenía 5 años. Me aterró pensar que las espaldas de esa mujer que esperaba en la cola del Mc Donalds pertenecían a mi doble versión 35 años.
Sí, yo era tan blanca como ella. Mismo color de pelo, diez kilos menos. Y lo peor, ella había ordenado mi pedido habitual: ¡tostado paupérrimo y lágrima aguada!
Si estaba toda vestida de negro, indicaba que había engordado recientemente y que se avergonzaba de su cuerpo. Espero que haya sido por algún embarazo y no por noches desesperadas de helado y chocolates. Por favor, que viva con diez hijos y no diez gatos. De darse vuelta me hubiese encontrado con el mismísimo rostro de Láquesis, la asignadora de destinos.
Nunca había podido palpar mi futuro con tanta corporeidad. Tan desagradable, tan flácido. ¿Sería una advertencia? ¿Un anuncio inexorable? ¿Sería que mi yo del futuro había viajado en el Delorian para alertarme?
Muchas preguntas para la mujer de negro. Por suerte ya había desaparecido entre las mesas. Por si acaso, nunca voy a ir a adivinarme la suerte.

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