lunes, 17 de mayo de 2010

Matar al Tigre

_ Van a matarlo en la próxima posta, General_ balbuceó el puestero de Ojo de Agua.


Facundo infló su pecho y le ordenó al conductor no desviar su camino. Los latigazos hacían latir las lomadas de tierra y detrás de una de ellas, treinta hombres esperaban apostados al Riojano.

La nube de polvo se hacía cada vez más perceptible, hasta revelar una galera estrepitosa. Al verla, a Santos Pérez se le secó la garganta, pero sin vacilar dio la orden de ataque. Facundo sintió el golpeteo de los caballos junto a su ventana. Oyó los sables desnudos atravesar las carnes de sus yeguas y lacerar el cuello de su postillón. Entonces, las venas del General se hincharon, su corazón presionó su uniforme y sus pupilas se enrojecieron. El Tigre se apoderó de su cuerpo una última vez.

_ ¡Apunte al pecho que aquí tiene un valiente!_ tronó El Tigre de los Llanos, abriendo su casaca. Y con el universo concentrado en sus ojos, fulminó a su atacante con la mirada.

Días después, Santos Pérez despertó rodeado de fusiles. Con la vista en sus ejecutores, desabotonó sereno su camisa. “Es un honor compartir el destino del Tigre”, pensó. Y sonrió estoico.

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