jueves, 3 de junio de 2010

Esta puta herida. Esta herida de mierda.

A mi bisabuelo y a su tigre


La sangre enloqueció al tigre. Su lengua raspaba la herida en la mano de su amo, succionando el elixir tibio y salitroso, hasta que la bestia entumecida se sacudió de su modorra. El animal salvaje de los montes comandaba ahora cada músculo, cada colmillo, cada gruñido. El frenesí se hizo incontrolable, quería poseerlo todo: la herida, la mano, su amo entero.
Alejandro Grieco tomó su revolver del escritorio y le apuntó al entrecejo de la fiera. Vió sus ojos desorbitados y enrojecidos. Sintió como su garra lasceraba la carne de su mano izquierda para inmovilizarlo.
El revolver temblaba. Matar al cachorro. Morir por la bestia. Matar. Morir. Matar. El disparo reventó la cabeza del tigre. Su cuerpo afiebrado se desplomó sobre los pies de su amo.
Alejandro abrazó a la cría mustia. Maldijo en criollo el momento en el que la navaja de afeitar cortara su mano. Esta puta herida. Esta herida de mierda.

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