jueves, 26 de mayo de 2011

El último príncipe de la Quebrada

   Cuando el centinela omaguaca divisó con estupor una centena de hombres barbados descendiendo por el extremo sur del valle, alertó al aguerrido curaca Viltipoco. Los españoles, acompañados de bestias formidables, esperaban la orden de ataque de su comandante, Don Francisco de Argañarás y Murguía. El Pucará latió por dos días, hasta que los invasores desistieron acalorados. Entonces Viltipoco se escabulló entre los recovecos de la Quebrada de Humahuaca, para luego unir a toda la nación indígena contra los blancos invasores.

   El príncipe humahuaqueño, invisible y astuto, convocó a todos los curacas de la Cordillera de los Andes, reclutando más de 10 mil guerreros para tomar las grandes ciudades del Tucumán: Jujuy, Salta, Tucumán y La Rioja. Pero el Capitán Argañarás y Murguía, un feroz vasco hijo de la Inquisición, se enteró por un traidor de los vertiginosos planes del curaca, justo una noche antes del golpe. Con el semblante de Leónidas, el capitán partió inadvertido con sus 25 mejores soldados con el objetivo de vencer o morir. Uno a uno desplomaron los centinelas indígenas apostados en el camino, hasta colarse como sombras en la aldea donde descansaban Viltipoco y sus jerarcas.

   En una noche tibia de abril de 1593, los dos guerreros se estacaron por primera vez las miradas: el capitán y el príncipe, Héctor y Aquiles, el conquistador y el andino, sabían que sólo uno recibiría victorioso el amanecer. Entre la oscuridad enmarañada, el occidental empuñó su arcabuz en la cabeza de Viltipoco, reduciendo al curaca en su propia choza. El príncipe humahuaqueño, que se había resistido a la conversión cristiana, no pudo contra un arma de fuego. Quizás fue la admiración hacia un enemigo digno o para no turbar el ánimo de los indios, pero Argañarás y Murgía no apretó el gatillo. En cambio, arrastró al andino a una celda polvorienta de Santiago del Estero, donde murió mancillado por la enfermedad. Dicen que su espíritu encarnó en un magnífico cóndor que sobrevuela eternamente la quebrada, abrazando a su pueblo y susurrándole palabras de valentía.

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