martes, 3 de agosto de 2010

Mar del Plata, La Feliz y La Melancólica


Mar del Plata es límpida y fresca. En las noches de verano se puede sentir un dejo de sal en la boca y al pasar se captura el olor a asado que escupen los jardines vecinos. El mar es calmo y pardo, y digiere caracoles sin forma y basura de turistas por igual. Cuando el sol está en lo más alto, sus colores azules y verdes danzan en rituales antiguos sobre el agua y el viento acaricia los rostros acartonados de los pescadores. En sus días más calurosos, Mar del Plata es arena caliente que lascera los pies, quemaduras que tatúan la piel, helados derretidos en la cara de los niños, pregones de barquilleros y cocacoleros, aviones que arrastran mensajes por las nubes, viejitas jugando a la canasta, amigos tomando mate con bizcochos, aplausos por un niño perdido, vedettes en los teatros de revista. Mar del Plata cambia su personalidad en verano, pero en febrero los tolditos y las sombrillas desaparecen y la desnudan hasta la próxima temporada.


En invierno el mar es fiero y temperamental. Cuando se avecina una tormenta, el hedor a pescado atolondra todos los sentidos. El viento es inclemente y caprichoso, y penetra por los chifletes de las ventanas, musicalizando las noches más frías. Las casonas hibernan con sus postigos cerrados, los cafecitos están vacíos y los niños andan en bicicleta todos emponchados. Los árboles están deprimidos, los perros tiemblan en las calles y los surfistas se bañan estoicos en el agua. El aire gris y húmedo crispa los cabellos de los marplatenses y endurece la piel que el verano había suavizado. Todos buscan calor en un mate con amigos, en un bar sobrepoblado o en un autito con la calefacción al máximo.

Todo el año la costa está decorada por cientos de deportistas vestidos de gris, azul o blanco. Corren, patinan, bicicletean. Algunos van con amigos o con personal trainers y otros con perros. A su lado circula un flujo interminable de autos domingueros, habitados por familias enteras. A veces llevan a la abuela a dar su paseo semanal, otras van tomando mate y escuchando música. Muchos paran en la rotonda a comer pochoclos o un cuarto de helado y a ponerse al día con los chimentos. Cada diez metros se encuentran novios enredados, que contemplan el mar entre besos y promesas de amor eterno. Y cada cien, pescadores amateurs, que nunca atrapan nada decente.

Mar del Plata, La Feliz y La Melancólica.

1 comentario:

Perromantico dijo...

Mmmmh... sí, tengo que ir a conocer el mar definitivamente. Sí eso es lo que han visto tus ojos tengo que ver que ven los ojos mios.