miércoles, 30 de marzo de 2011

Una DIOSA para cada mujer: La Amante

   Alquímica. Magnética. Seductora. De perfume inmortal y mirada escurridiza. Ella es la diosa salvaje, es cada mujer. Es la Mujer Amante.
   Afrodita es luna llena, belleza que eclipsa tras un velo arcano. Inicia a la mujer en la persecución del hombre, en el arte de hacerle creer que es una presa cuando en verdad es su voraz depredadora. Todas nos transformamos en Afrodita cuando entramos en la fase premestrual. Entonces nos volvemos mágicas, deseadas, enigmáticas. Ella, a través del sexo, pasea a la mujer por todas las emociones humanas: primero diversión y juego, luego aprendizaje, después amor y finalmente espiritualidad. La Mujer Amante ahulla a la luna como una loba en celo, recibiendo sólo órdenes de Afrodita, su tutora del mundo salvaje.
   Una Mujer Amante seduce con tácticas solapadas. Invita sutilmente al hombre a su mundo subterráneo, donde es maestra del instinto. Salomón le advirtió que no tome nada de su palacio o la poseería. Entonces Saba bebió un sorbo de agua y esperó al Rey. Ella había jurado virginidad perpétua para no someterse a ningún hombre. Eso no importó. En esa noche eran iguales. Y así se alejó al día siguiente, perdiéndose en el desierto con su corte, más misteriosa y fugaz que nunca. Ella era la Mujer Amante hecha arena: ardor que castiga, belleza que se escurre.
   La Mujer Amante conoce cada palabra de su hechizo. Las repite con las tripas cuando encuentra su presa. Entonces las lanza como dardos envenenados y éste sólo puede rendirse. Cuando la alfombra se desenrrolló, apareció ella. Desnuda, de ojos felinos y piel tersa que invitaba a recorrerla. Cesar no pudo contener su azoramiento y tiempo después la coronó como su reina. Su mejor amigo hizo lo mismo, preso de sus encantos egipcios. Cuando no pudo seducir al sigiuente conquistador, se dio muerte con una mordida de serpiente. Una vida sin seducción no era vida. Cuando la Mujer Amante muere en nosotras, nos convertimos en espectros sin carne.
   La Mujer Amante es conciente el poder de su sexo y sabe cómo utilizarlo. Mantiene al hombre expectante, esclavo, rogando por una ración más de divinidad salvaje. "No, no hasta que sea Reina", decretó Ana Bolena ante el rey iracundo. Y él obedeció, dividiendo su reino y chamuscando católicos. Todos deberían morir por ella. Incluso ella. Es que cuando la Mujer Amante hiere, despierta tempestades. Muere de la misma forma en la que vive: con pasión y desenfreno. Ella debe dosificar su poder y ejercerlo con prudencia, o terminará con su cabeza gravitando fuera de su cuerpo.
   La belleza puede ser su prisión, una máscara funeraria rígida e impenetrable. A veces ella se la coloca, la adhiere a su piel como su armadura para defenderse de los hombres, del amor, de los vínculos. Bajo la máscara se siente invencible, es la mujer que elige ser. Otras veces la lleva tatuada, es una cicatriz que la define, que nadie puede traspasar para ver la verdadera persona: linda pero seguramente tonta, sensual pero superficial, apasionada pero inconformista. Por eso nunca llegamos a conocer a Helena de Troya. Sólo sabemos que era la mujer más hermosa del mundo, capaz de enfrentar imperios.
    La Mujer Amante es una fuerza de la naturaleza que vivifica el espíritu, lo envalentona y lo hace jugarse por amor. Así lo hizo La Delfina, cautiva del caudillo Ramirez, que vestía audazmente de soldado para poder amarlo en secreto. Y fue él quien terminó siendo su prisionero, dejando a su prometida y a su honor por la exclusividad de sus favores. Cuando soldados enemigos quisieron violarla, se lanzó con el torso desnudo a defenderla. Los sables atravesaron su carne turgente, los tironeos desgarraron su uniforme y su sangre valerosa humedeció la tierra entrerriana. A ella la tomaron de botín de guerra y terminó sus días convertida en la esclava de la vieja prometida de su amado. Una vida de esclavitud era el precio justo para tanto arrebato.
   La Mujer Amante es loba que ahulla, arena que castiga, herida que mata, mirada huidiza, máscara que oculta. La Mujer Amante es cada mujer. Ruge en nuestras vísceras cuando nos entregamos al amor. Electriza nuestros músculos para arriesgarnos por él. Nos plenifica, recorre nuestras venas llenándonos de oxígeno. Por eso, si estás en la fase de la luna llena, subite al techo más cercano a contemplar a Afrodita. Ella te susurrará las palabras de tu hechizo. Ella despertará a tu diosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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