lunes, 8 de marzo de 2010

De momias y doncellas

La Doncella, cabizbaja, esquiva desde hace 500 años la mirada escrutadora de los hombres. Su belleza es sólo para el Inca, que la recluyó en su reservorío de virgenes hermosas. No recuerda su niñez en una aldea remota del Incanato, ni el momento en el que los demás notaron su dotes. Frente a ella, dos caminos posibles se despliegan: el matrimonio con un cacique o el honor del sacrificio a Viracocha. Sólo el segundo la conservaría pura para siempre, a salvo de las caricias lascivas y de la esclavitud esponsal.
Cuzco es coruscante y temible desde su ventana. Los niños desfilan en la plaza, celebrando su matrimonio simbólico. Para los tres, una misma suerte en las cavidades de la montaña.
La procesión hasta el Llullaillaco dura varios días. El desierto es impío y cruel, pero un séquito de mujeres vestidas con túnicas de colores atiende sus caprichos más insólitos.
El frío le endurece la piel y colorea sus labios. Por fin puede sentir la tierra blanca y gélida que siempre admiró desde lejos. Un quechua nunca había subido tan alto. Un quechua nunca había estado tan cerca de Viracocha.
Los niños y ella comen maiz y beben abundante chicha, pero sólo ella sabe lo que sucederá al despertar Inti. Los pequeños duermen, atontados por el alcohol. Ella los mira, absorta, horrorizada pero feliz.
La luz ya baña sus cuerpos. Los llevan en procesión a lo más alto de la montaña, donde construyeron sus moradas perpetuas, dignas de la nobleza. Depositan primero varias muñecas, cuencos y collares, que engalanarán su ofrenda a los dioses. Apenas escucha al sacerdote murmurar una oración. En su cabeza se despide del viento, del sol, del verano. Trata de sonreir, pero no puede. Ya llega una eternidad silente, en compañía de los dioses. Ya llega...
Ahora, sólo tierra.

No hay comentarios: